Por Mario Alberto Mejía

 A mi padre, con amor

Le decían La Chata porque era chatita desde niña y no faltó quien lo notara y empezara a referirse a ella en ese sentido: “¿Dónde está la chatita, la hija de doña Guille?”

Y se le quedó para siempre.

La conocí cuando nací de una cesárea que le hicieron y me prendí a ella para siempre.

La recuerdo jugando conmigo (ella y mi papá), sirviéndome el desayuno para que me fuera a la escuela, cuidándome el sarampión con colchas rojas, peinándome con jitomate para que el copete (alguna vez tuve uno) se quedara tieso y firme, limpiándome con un huevo (para alejar los malos espíritus), leyéndome el café turco, haciéndome reflexología en las manos y los pies, cortándome el cabello (¿ahora quién me lo va a cortar?), dándome bendiciones, hablándome por teléfono para contarme de la muerte de alguien, hablando de mi Mamá Guillitos, preocupándose por mi papá, preguntándome por mis hijas, yendo a mis lecturas de poemas, celándome por mis novias (“esa mujer no te va a traer nada bueno”), riendo a carcajadas, declamando “El capullo”, “Flores de gratitud” y “Mamá, soy Paquito”; curándole el empacho a todo mundo, bailando en las fiestas sin fin al lado, siempre, de mi padre, cocinando chile con huevo en sus cinco versiones (don Guillermo Jiménez Morales lo sabe bien porque una mañana inolvidable se comió un plato por versión), vendiendo Swipe, jugo Noni, cremas para adelgazar; siendo amiga de sus amigas y amigos, estando siempre pendiente de sus tías (Mina, Hilda, Maruca), partiéndose el alma por su familia (mi papá, mis hermanos, sus nietos y nietas, sus hermanos  –Coquis y Jorge–, sus sobrinas, sus yernos, sus nueras), invocando a Dios y a la Virgen de Guadalupe, presumiendo a su sobrino sacerdote, cantando “Pueblito lindo de Huauchinango”, estallando en risas, siendo solidaria con los pobres de espíritu, hablando por teléfono con su comadre Yolanda, comiendo los sábados con mi tía Guille, con mi tía Toña, con mis primas Lori y Betty…

Ahora que murió, alguien me dijo que la iba a extrañar poco a poco, pero al parecer se equivocó.

Y es que la empecé a extrañar desde el primer momento en que se fue.

 

 

*El lunes 20 de octubre de 2008 falleció mi madre. Días después publiqué este escrito en mi columna que por entonces se editaba en el periódico El Columnista 

 

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