Veinte minutos antes de las 12 de la noche del 21 de abril de aquel fatídico año, la protagonista de nuestra historia indagaba en las relaciones de cuatro políticos de altura en aquella entidad revestida en tonos grises.
A la fiel reportera que cubría a los principales perfiles del estado le habían llegado las que serían las primeras amenazas de perder la vida si no callaba lo que sabía o frenaba sus ansias investigadoras.
Era incesante el bombardeo a su persona y a la publicación en la que trabajaba, luego pasó a su familia y un día llegó hasta su hogar.
Menudita, de no más de 1.60, junto a su fiel escudero, un valiente fotógrafo de la vieja guardia, ya habían puesto en jaque a la administración estatal con al menos 3 reportajes que evidenciaron corrupción y nexos con los cárteles de la droga.
Luego de batallar con los cuerpos de seguridad del presidente, gobernador, de secretarios y alcaldes, regresaba a casa en el transporte público para demostrarse que jamás perdería el piso y que podría seguir contando las historias que la gente de abajo más requería.
Una de esas noches, cayó en un hueco sin fondo, una fosa horrible de la que nunca volvió, un monstruo terrible que no mostró ni el mínimo honor para escupir lo que quedaba de ella y, así, al menos, sus seres queridos le dijéramos adiós.
Después de eso, comenzaron las habladurías y los chismes. Se filtraron sus fotos en la red, se habló de su sexualidad con frivolidad, se le expuso a los peores demonios, se le satanizó y se fustigó su honor, incluso, después de su muerte.
No la hallaban por ningún lado. Comenzaron a investigar. Sus propios verdugos analizaban documentos, 50, 100 o hasta mil hojas por día que archivaban en una habitación oscura.
Nadie decía nada, todos los que la odiaron y repudiaron se volvieron sus defensores, nadie daba crédito de que ya no estuviera en los eventos, en las coberturas, alzando la voz pese a la seguridad ociosa del presidente, siendo golpeada en las costillas para que dejara de insistir en lo mismo… ¿de dónde habían salido las casas, las haciendas y los lujos; los hoteles y grandes propiedades del Secretario de Seguridad Publica, las que ofrendó a sus amigos dueños de periódicos y vocingleros para casarse con bombo y platillo? Poco se dijo del villano.
En el ridículo, llevaron a una vidente que adelantó que había muerto de la manera más dolorosa y que no encontraría el descanso. La charlatana cobró muy bien y también fue replicada en la prensa azul que le dio más espacio a las formulaciones de una estafadora que a los reclamos de quienes aún extrañamos su entereza en momentos de horror y odio cruzado.
No es seguro que sea una historia real de lo que estoy hablando, pero lo cierto es que hay rasgos en lo que escribo esta noche de tantas y tantas historias que han ocurrido en mis 13 años desde que me inicié como reportero, que todo parece verdad.
Máscaras escribe Jesús Olmos
@Olmoarcos_