El presidente Andrés Manuel López Obrador habrá terminado la semana en curso con una dimensión más hemisférica y con una clara orientación hacia el sur del continente, visto de soslayo por la tecnocracia del pasado.
La línea de tiempo comenzó desde que sostuvo la conversación telefónica el viernes 28 de abril con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, hasta su conclusión de la gira por Centroamérica y el Caribe, pasando por Puebla.
El abanico en las actividades presidenciales habrá permitido al mandatario mexicano la consolidación del perfil más consistente de la izquierda latinoamericana.
Esa definición no será del agrado de muchos de sus detractores en la esfera local. La oposición en nuestro país estará distraída con los asuntos domésticos que han llevado a la agenda.
La construcción del Tren Maya, la propuesta de reforma electoral, la defensa del Instituto Nacional Electoral y, de manera coyuntural, el aniversario de la desgracia que supuso el accidente de la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, que dejó como saldo 26 personas muertas y un centenar de heridos.
Un ejemplo de ello es la contrapropuesta de reforma electoral que la víspera anunciaron los presidentes del PAN, Marko Cortés; del PRI, Alejandro Moreno; y del PRD, Jesús Zambrano; formulada a destiempo, en un ejemplo más de esa conducta reactiva, siempre a la zaga del ritmo marcado desde Palacio Nacional.
La agenda internacional deberá ser motivo de un análisis más profundo para quienes poseen una visión más amplia que sólo los asuntos que acaparan la conversación en el país.
Desde que el viernes pasado López Obrador hizo gestiones con el demócrata que despacha en la Casa Blanca para que Guatemala, Venezuela y Cuba fueran convocados a la Cumbre de las Américas, se comenzaba al mismo tiempo la construcción de un liderazgo latinoamericano que había estado acéfalo.
El balón cayó en la cancha del tabasqueño con el anuncio del subsecretario de Estado de Estados Unidos, Brian Nichols, de no invitar a esos tres países a la cumbre prevista para celebrarse del 8 al 10 de junio en Los Ángeles, California.
Olfato, previsión o prospectiva, el caso es que el mexicano que estará este jueves en Puebla para acompañar los festejos del 160 aniversario de la Batalla de Puebla, para frenar la voracidad extranjera, volvió a anticiparse con esa gestión al gigante de América del Norte, guste o no.
Por retórica o verdadera solidaridad con esas naciones, la mención ante el presidente de Estados Unidos será la antesala para que el de México comience su gira por Centroamérica y el Caribe, que concluirá en Cuba.
Lo hará como el presidente que volteó al sur del hemisferio, como no lo habían realizado De la Madrid, Salinas de Gortari, Zedillo Ponce de León, Fox Quesada, Calderón Hinojosa y Peña Nieto.
El presidente que no habla inglés, que carece de gusto para vestir trajes de marca o que suele cortar las “eses” de su léxico tabasqueño, habrá encabezado antes actividades conmemorativas de una batalla estratégica que tuvo como protagonistas a un grupo de xochiapulcas y militares aparentemente disminuidos… pero la oposición del presente no está lista para esa conversación.
@FerMaldonadoMX
parabólica.mx escribe Fernando Maldonado