Una explosión de color ocupa estos días calles y muros del barrio bravo Xanenetla, donde el colectivo tomate convoca a profesionales de las artes a contar la historia de familias que se atreven a enfrentar una vida difícil y se saben capaces de lograr mucho más
Por: Luis Conde
Foto: Ángel Flores
En Xanenetla le robaron los colores al arco iris y los plasmaron en los muros.
Hace cuatro años, a este barrio llegó un ejército armado con pinceles, brochas y pinturas. Desde entonces, este lugar se convirtió en uno de los cuarteles del Colectivo Tomate, grupo que nació en Puebla hace siete años en busca de transformar la ciudad a través del arte.
Arquitectos, artistas, diseñadores y pintores son los soldados que desde hace cuatro años le dan vida a los muros de este barrio a través de la historia de sus habitantes.
Leila es una de las artistas que integran el proyecto más ambicioso del Colectivo, la Ciudad Mural, iniciativa que integra a 45 artistas nacionales y extranjeros. Para Leila, joven chilena, se trata de un encuentro de voluntades.
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Soy la muñeca pintada sobre esa pared. Tengo los ojos cerrados porque con esa fe ciega le abrí la puerta a los desconocidos que llegaron para pintar las paredes con arte.
Los colibrís pequeños son mis hijas y el grande es mi mamá, la dueña de la casa y quien “adoptó” a los muchachos que venían a pintar.
Llegué a vivir aquí hace 30 años, y los colibrís son parte de mi infancia y la de mi mamá, porque vivíamos en una zona de mucha vegetación y desde siempre nos gustaron.
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Arturo Castrejón, Pixel, es diseñador de profesión, pero en esta época dejó su estudio en Toluca, de donde es originario y volvió a casa, al nido de los colibríes.
Cambió lápices y computadora por ropa holgada, manchada, para volver a trazar líneas en las paredes del lugar que ya es suyo porque, asegura, en sus anfitriones de Xanene-tla halló confianza y respaldo que lo hacen sentir parte de una familia.
Sus utensilios no son sofisticados. Vasos de plástico contienen la pintura con la que da vida a las paredes y a ratos sustituye los pinceles por la yema de sus dedos.
Comenzó a pintar a los 17 años. Un accidente que prefiere recordar sólo para sí lo obligó a despejar sus zonas críticas personales con dibujos; al principio fueron sombríos y oscuros. Con el paso de los años, tuvieron colores más vivos, como los de las aves que adornan la casa de Rosa Elena López, representada en una de las imágenes de su pared.
Porque los integrantes de Tomate tienen algo claro: no se trata de pintar. Se trata de darle vida a los muros a través de la historia de sus habitantes. Por ello, los artistas conviven con las familias que donan una cara de sus paredes para saber su sentir, su pesar y su historia.
Tres preguntas básicas ayudan a los artistas a conceptualizar la vida del barrio: “Quiénes fuimos, quiénes somos y quiénes vamos a ser”
Los vecinos se unen al llamado y participan desde el boceto hasta el detalle fino. Personas como Rosa Elena dicen que es su manera de buscar la paz en un entorno violento y pobre. Los vecinos pintan en busca de esperanza.
Dice Rosa Elena que la vida de Xanenetla no está en los registros municipales porque se encuentra escondida entre el laberinto de paredes de colores entre el Centro Histórico y la zona de Los Fuertes.
El olvido del barrio derivó en delincuencia. Eso le dicen los recuerdos a la jefa de la casa de los colibríes. Hace 30 años, cuando llegó desde Hidalgo, el miedo vivía en las calles y entre las paredes, el barrio estaba abandonado. “Ni los taxistas nos querían dejar cerca, les daba miedo entrar”.
“Esto no se queda no más en pintar, hay algo mucho más allá”, un llamado a la paz, cree.
El miedo le ha cambiado por entusiasmo. Algunas armas cedieron su lugar a pinceles coloridos de vuelo tan ágil como el de los colibríes.
