Inocencia, exceso protagónico u oportunismo, un grupo de legisladoras han ganado reflectores en las últimas dos semanas bajo el estandarte de la defensa del desarrollo de la mujer en un ámbito libre de violencia.
La argumentación parece impecable y hasta políticamente correcta si no es porque en la exposición de motivos de la iniciativa para legislar en contra de la llamada violencia vicaria, adolece de un contexto más amplio y profundo.
No sólo por la complejidad para entender las relaciones de pareja que llegan al desencuentro y cobros de venganzas a través de la manipulación de hijas o hijos, que antes de ser conocida como violencia vicaria se debe entender como el síndrome de la alienación parental.
Existe amplia documentación sobre este fenómeno que no es privativo de los hombres contra las mujeres, sino que no admite diferencia de género ni condición social o económica.
Un ejemplo en Puebla ilustra sobre esta forma de abuso, manipulación y carencia de escrúpulos de una de las dos partes en un matrimonio integrado por un periodista íntegro en un grupo radiofónico sólido, no sólo víctima de una campaña de odio en redes sociales en 2016, sino de la manipulación de una niña -hija de ambos- que por estos días debe tener 12 años de edad.
No sólo no ha prosperado su empeño por reencontrarse con su hija, sino que tuvo que enfrentar el desinterés o manipulación del aparato de justicia, encarnado en ese entonces por una juez (mujer, otra vez) a quien se le acumulan los casos de sospechosa conducta, de nombre María de los Ángeles Muñoz Cortés, titular del Juzgado de Oralidad Familiar.
En octubre de 2021, la activista Cecilia Monzón -ejecutada el 25 de mayo, presuntamente por Javier López Zavala- acusó a la juzgadora de haber concedido de manera irregular la patria potestad de una niña de 7 años de edad al padre David H, en detrimento de la madre, Daniela Flores Mustre. Nada ha sucedido con la juez, caracterizada por adolecer de imparcialidad.
El padre de entonces, lastimado, se abstuvo de utilizar medios o relaciones de las que dispone en su condición de periodista, frente a la acción concertada por la madre de la menor, amigas y juez. Optó por el amor de padre para evitar lastimar a la niña.
Decidió una postura discreta, inteligente y legítima para evitar convertir a su hija en carne de cañón de una disputa abierta y pública para evitar lastimar aún más a la menor.
No es el único caso en la esfera local. La historia se repite, ocurre con padres -hombres y mujeres- presas de relaciones descompuestas por factores de toda índole. Se trata de un fenómeno de ida y vuelta y no es exclusivo de un solo género.
Entraña un fenómeno más complejo que debiera ser campo de estudio de la psicología, sociología, filosofía y ética, no sólo por un conjunto de entusiastas legisladoras que encontraron en la tribuna, el estruendo y estandarte un reflector que las colocó en el proscenio.
En un apartado de las consideraciones de las iniciativas presentadas por las diputadas y un par de oportunistas como Iván Herrera y Carlos Evangelista, se establece que “la cultura machista tan arraigada en diversos sectores de la población genera desafortunados escenarios en los que culturalmente se identifica a la mujer como un simple objeto al servicio del hombre”. Qué miopes nos salieron.
@FerMaldonadoMX