Las imágenes que cada martes inundan el patio de la vieja casona sede del gobierno del estado, Casa Aguayo, son las que antes de la llegada de Miguel Barbosa a la administración eran inimaginables.
Los vehículos de color negro con cristales obscuros, choferes, mujeres y guaruras fueron sustituidos por gente de notoria condición humilde, de calzado gastado y ropaje sencillo.
En la entrada, ya con el sol en el cenit de medio día, una mujer de suéter tejido y bolsa de mercado en las manos se acercó a preguntar ¿cómo puedo ver al gobernador?
No fue ni por asomo la postura arrogante del personal que atiende a las afueras de ese histórico inmueble, como había sucedido en el pretérito.
Explicaron la dinámica que consiste en llegar una noche antes, o desde la madrugada, para exponer en un primer filtro las razones para buscar un diálogo directo con Miguel Barbosa, el gobernador.
Una mujer entrada en años ya había narrado en primera personas la ocasión en que había obtenido un lugar en el martes ciudadano, la misma mañana en que un grupo de ejecutivos de una empresa de transporte privado fueron rechazados por la lógica de cada martes, cuya vocación es la gente pobre, sin eufemismos.
Mujeres y hombres a quienes se les nota haber hecho esfuerzo notable para estar en condiciones para entrevistarse cara cara con Barbosa, acompañado siempre de su esposa Rosario Orozco Caballero.
El columnista tuvo dos horas para observar este esquema de hacer gobierno desde una política pública de atención directa sin aduana alguna entre este servidor público atípico y la gente que necesita ayuda, o ser escuchada.
A un costado, del lado izquierda dispuestas mesas, equipo de cómputo y archivos para que servidores público de todo el gobierno y dependencia para apoyar en la resolución de problemas a partir de peticiones y gestiones antes improbables por la intrincada burocracia, coyotes voraces o la corrupción.
Una y otra vez, Barbosa se convierte en el primer respondiente, sin intermediario alguno, escucha atento a cada uno de quienes consiguen un lugar en el popular martes ciudadano.
Unas 10 o 12 personas habrá atendido en el lapso que el autor de la columna atestiguó el ejercicio, con algunos incluso bromeó.
Canalizó al área del gobierno correspondiente. Si hay que tocar ventanillas en otras esferas, públicas o privadas, es su compañera de vida, doña Charo (así le llama su consorte en la intimidad familiar), levanta su teléfono particular, sugiere o pide ayuda atender a quien busca a este matrimonio volcado al servicio público.
Las peticiones consisten mayoritariamente en trámites para posesión de predios, inmuebles, herencias, correcciones en documentos personales.
Pero están las que no encajan en política pública alguna, las que la pobreza convierte en dramas individuales: arreglos de goteras en viviendas humildes, traslados a lugares lejanos y hasta conciliación de diferendos vecinales.
Barbosa entonces, saca de su bolsillo un monto, pequeño pero sustantivo, para paliar urgencias para el menesteroso que llegó a tocar la puerta del gobierno. Este martes era 16 de agosto, había liquidez porque horas antes había sido quincena.
A las 13:00 horas cerró la ventanilla del martes ciudadano con las sillas para la gente vacías. Dijo Barbosa a sus colaboradores: “Gracias muchachos”, se levantó acompañado de doña Charo y se fue a seguir en lo suyo.
@FerMaldonadoMX