/ @revistapurgante
Tomo un taxi en Dhaka, la capital de Bangladés, y pido que maneje hacia las afueras de la ciudad sin una dirección fija. Me remito a decirle al taxista que continúe manejando y que pronto le indicaría en dónde bajarme. Solamente estaba esperando la señal que me mostrara la presencia de una fábrica de ladrillos, el humo gris que emana de una chimenea. Sin hacerme más preguntas continuamos nuestro camino hacia las afueras de la capital más poblada del mundo. No es difícil encontrar una fábrica de ladrillos, al contrario, es una de las cosas más sencillas que uno puede hacer en esta ciudad. Basta con manejar unos minutos hacia la periferia de la ciudad para darse cuenta de que el país está repleto de chimeneas. Las chimeneas forman parte del paisaje de Bangladesh y estás fábricas brindan una visión de un futuro duro y desesperanzador. Cada una de ellas te anuncia el camino al infierno de miles de personas que trabajan en ellas por unos pocos dólares a la semana.
Bangladés es un país que está en constante construcción. Por un lado, al ser uno de los países más poblados del mundo, su rápida urbanización exige la apremiante necesidad de construir nuevas viviendas todo el tiempo. Por otro lado, los bangladesís han encontrado en la construcción una manera de mostrar su nivel ingreso y así diferenciarse del resto de la comunidad. Construir, lo que sea, pero construir algo, es uno de los motores de muchos jóvenes para aparentar una situación económica que es todo menos estable. Los bangladesíes se refugian detrás de estas paredes de ladrillos para evadir una realidad inmersa en la pobreza que azota a la mayoría de la población. Como resultado, la demanda de materiales de construcción baratos, sobre todo ladrillos, se ha incrementado a costa de los derechos laborales de las personas que los fabrican.
Actualmente, Bangladés cuenta con al menos 6,000 fábricas de ladrillos que emplean aproximadamente un millón de personas. Las condiciones laborales dentro de las fábricas, aunque alarmantes, pasan desapercibidas. Al ser una actividad que depende meramente de la mano de obra local, no ha obtenido la atención por parte de organizaciones internacionales que concentran sus esfuerzos por mitigar la crisis de refugiados Rohingya o la vulneración de los trabajadores en las fábricas textiles. Este negocio no cruza las fronteras del país y es ignorado por el mismo gobierno que no ha mostrado interés alguno en regular una actividad en un país donde la explotación laboral e infantil están a la orden del día.
La fabricación de ladrillos es un trabajo continúo, desde el amanecer hasta el atardecer, donde familias enteras, incluyendo menores de edad, trabajan en condiciones precarias. Al entrar a las fábricas se pueden observar personas de todas las edades trabajando en la fabricación de ladrillos. Los niños suelen ayudar a sus padres en las actividades que les señalen. Como consecuencia, se crea un círculo vicioso en donde los niños que nacen en familias ladrilleras están condenados a seguir el mismo camino al ser privados del acceso a la educación. Bangladesh es un país donde el trabajo infantil está muy normalizado al no tener otras alternativas más que ayudar a sus padres a seguir adelante y participar en las actividades laborales de la familia.
La elaboración de ladrillos depende altamente del clima, por lo que se realiza solamente durante seis de meses al año cuando el clima es seco y permite la producción eficaz de los ladrillos. La mayoría de las personas que trabajan aquí son migrantes que provienen de las zonas rurales del país y durante la temporada seca se trasladan a las fábricas para generar un ingreso que les permita sobrevivir el resto del año. El pago es irregular y la carga de trabajo excesiva. Debido a que es una actividad temporal, la necesidad de cubrir la demanda de ladrillos disminuye el tiempo y aumenta los esfuerzos de trabajo. Se estima que en un año se producen hasta 23,000 millones de ladrillos en el país.
El proceso de producción de ladrillos es completamente manual y la división del trabajo está bien definida según la edad y sexo de la persona. Las mujeres suelen encargarse del secado de los ladrillos, mientras que los hombres realizan las actividades de carga. Las fábricas se dividen en áreas principales y cada persona es un eslabón clave en el proceso. El material principal para elaborar los ladrillos es el barro gris el cual se obtiene de las orillas del río más cercano. El lodo se acumula en pozos y se mezcla con agua, arena y paja. Si bien algunas fábricas utilizan máquinas para mezclar, la mayoría continúa haciéndolo de manera manual debido a su conveniencia y el alto costo de las máquinas mezcladoras. Para los dueños de las fábricas es más provechoso pagar salarios ínfimos a los trabajadores que reciben alrededor de dos dólares por jornada completa.
Una vez que el barro está listo es transportado al área de moldeo. Los trabajadores colocan arena seca en el molde de madera, normalmente con el nombre de la empresa grabado, y posteriormente se agrega barro que se comprime hasta que la forma de un ladrillo quede debidamente forjada. Esta mezcla se coloca en los hornos que consiste en pequeño en pequeños agujeros en una pared de ladrillos que permiten que el calor y el humo circule. Posteriormente, las mujeres se encargan de colocar los ladrillos en hileras ordenadas para que se sequen lentamente al sol. Las piezas que no pasan el control de calidad, decisión que depende del criterio del trabajador del momento, se reciclan. Todo ingrediente es cuidadosamente utilizado.
Una vez que los ladrillos están secos y pasan el control de calidad, los trabajadores, principalmente hombres, cargan los ladrillos y los apilan en el piso. Claramente es un trabajo que dominan y nadie se cuestiona cómo las altas columnas de ladrillo son capaces de sostener tremendo peso. Un mínimo error haría que los ladrillos colapsen y derrumben el trabajo de cientos de familias en los últimos días. Queda claro que es un trabajo que dominan a ciegas y sin miedo alguno arrojan los ladrillos de mano en mano. Basta con ver sus músculos para validar su experiencia y la fuerza física que demanda esta labor.
Además de las graves implicaciones para los trabajadores en cuanto a sus derechos laborales e impactos en la salud, las fábricas de ladrillos también son una gran fuente de contaminación en una capital que se ahoga. En la actualidad, Bangladés es considerado uno de los países más afectados por el cambio climático. Esta situación se ha visto agravada debido a las emisiones de los hornos de ladrillos que dañan el medio ambiente y las prácticas que se niegan a modernizarse. A pesar de los esfuerzos para implementar tecnología más limpias y sostenibles, los productores siguen remitiéndose a prácticas tradicionales que obstaculizan la calidad del aire en el país. La fabricación de ladrillos no solamente atenta en contra de los derechos de los trabajadores, sino que abona a la catástrofe ambiental. Sin embargo, esta actividad continúa siendo el único medio de subsistencia para miles de familias que encuentran en la fabricación de ladrillos una alternativa de trabajo.
Por Alessia Ramponi / @aleramponi