En la quema del judas de 2019, en el Barrio del Artista de la capital de Puebla, los organizadores de ese acto pagano decidieron prender fuego a un muñeco de cartón que lo mismo representaba a Ricardo Anaya Cortés, excandidato presidencial panista; Miguel Ángel Yunes Linares, exgobernador de Veracruz; a Claudia Rivera Vivanco, entonces edil de la capital por Morena; y quien para ese entonces se alistaba para hacer una segunda campaña por la gubernatura, Miguel Barbosa.
Nadie se indignó entonces ni se llamó a sorpresa porque esa tradición, que data de años en la cultura popular en México, forma parte del sentimiento general del pueblo que de manera legítima juzga, a través de ese acto carnavalesco, la conducta de autoridades, personajes de la vida pública y a quienes, según la percepción general, ha provocado daño, enojo o inconformidad en el pueblo.
Se trata de un acto de justicia verdaderamente popular, que no admite réplica de quienes se han instalado en ese segmento social que se asume como parte de la nobleza y la ilustración, que porta sotanas, togas o títulos nobiliarios que con dedo flamígero apunta a la masa iracunda por prender fuego a un objeto inanimado, grotesco y folclórico.
No sólo en el Barrio del Artista se tiene como común ese tipo de acto celebratorio –suspendido en los últimos dos años por la pandemia-, que hoy sería sacrílego por un grupo de personajes de la escena pública que ha perdido el sentido del humor, sino que debe ser condenado como en tiempos de la Inquisición.
Otros personajes como los expresidentes Carlos Salinas de Gortari o Ernesto Zedillo Ponce de León, en el Carnaval de Veracruz; la francesa cuya captura fue ilegal en tiempos de Calderón, Florence Cassez, en el de Mazatlán en 2013; o el propio expresidente panista, en 2015, en Coatzacoalcos.
La degradación de la política se lleva todo en tiempos de polarización, hasta el sentido del humor. Nada tan lamentable como la ausencia de ingenio, la picaresca y la falsa sobriedad en la discusión pública que parte del púlpito desde donde oficia la buena conciencia y lo políticamente correcto.
La quema de la mojiganga, piñata o lo que haya sido con la imagen de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña, en la concentración del sábado 18 marzo en el Zócalo de la capital del país, para conmemorar la Expropiación Petrolera de Lázaro Cárdenas del Río, despertó indignación crepuscular.
Falla también el presidente López Obrador, que consideró que la quema de los judas o mojigangas con personajes de la vida pública son actos de la derecha y el conservadurismo. Se trata, como ya se ha visto, de una práctica popular, con profundas raíces que data de mucho antes de que cualquiera de los perfumados o contrapartes sea objeto de la risotada popular en la vía pública.
Ni López Obrador, tampoco la ministra Piña y menos cualquiera de quienes se escandalizan, alarman u ofenden encarnan deidad alguna para adoración perenne. Suponer que son intocables frente al juicio popular es un acto impúdico de fatuidad.
@FerMaldonadoMX
Parabólica.mx
Fernando Maldonado