Hay que reconocer que ser periodista y matraquero al mismo tiempo es un arte. No cualquiera tiene ese desdoblamiento de personalidad. Esa dualidad esquizofrénica. Miren ustedes: el periodista de confeti, pandero y matraca se siente intelectual. ¿Qué diablos es ser intelectual? Sepa la bola, pero así se siente.
En segundo lugar, utiliza sus columnas para decir: “el licenciado Fojaco ya llegó a la delegación poblana y desde ahí movilizará a las fuerzas vivas para beneficio del licenciado bigotes. Que se cuiden sus adversarios”.
¿Quién chingaos es el licenciado Fojaco?
Nadie lo sabe, ni lo sabrá. Es una entelequia, aunque se ve que es todo un licenciado ese licenciado.
Total que, en México todos somos licenciados hasta que se nos demuestre lo contrario, ¿o qué, no?
El columnista y matraquero piensa que es un gran crítico —uy, qué bárbaro— y que su espacio periodístico es leído a nivel internacional:
“Esta información no la tiene ni Obama”.
“¿Ni Obama?”, pregunta alguien del público, “¡ese chiste ya es viejo!”, grita la persona del respetable. Se escuchan las rechiflas por todo el salón.
En tercer lugar, tiene que salir a decir: “no pierdan de vista al licenciado Menchaca, se le vio muy saludador en el desfile del 5 de mayo, acompañó al licenciado Fojaco todo el tiempo. La señal es que sí hubo señal. Aunque digan que no hubo señal cuando sí hay señal, ¿me entienden? No se hagan bolas”.
Buscar señales donde no hay señales es un experimento típico de laboratorio, se trata de encontrarlechichis a las hormigas o senos a las serpientes.
También están los periodistas que atacan sin ton ni son a un candidato. Sólo a uno. Toda su batería está dirigida para ese personaje. Lo censuran por todo y cuando escriben sus columnas hasta parecen viejitas de chal negro que se persignan todo el tiempo y con rosario en mano.
¡Ave María, purísima!
Hay otros que aparecen en todas las fotos del candidato. No dudan con subirlas a sus redes sociales. Abrazan al candidato. Una selfie, otra selfie, otra más. No falta la foto al mole de zancarrón y como pie a la imagen: “Aquí en Cuacuila durante la gira del licenciado Fojaco”.
Se trata de que, todos sin excepción, percibamos que el columnista es muy cercano al licenciado (Fojaco, por supuesto, ¿acaso hay otro?).
De ahí viene la siguiente parte, el periodista que se vuelve el gestor de recursos y todo tipo de apoyos:
—Oye, ¿cómo vas con el licenciado Fojaco?
—Mal. No me toma la llamada, ni responde los mensajes.
—Yo veo tu asunto, bro.
Las palabras “tu asunto” se puede cambiar por “tu tema” o “tu encargo”.
Para ser columnista y matraquero hay que usar la palabra: “bro.”, “gracias, bro.”, “ya estás, bro.” “va que va, bro.”
Por supuesto que si uno se encuentra al columnista metido de operador y le pregunta “oye ¿y si pudiste hablar con el licenciado Fojaco de mi tema?” La respuesta es: “en eso estoy, bro. Tu tranquilo, bro. Es que el licenciado anda en chinga, bro.”
Obvio, el licenciado Fojaco no le hace caso al matraquero y columnista.
El personaje en cuestión se aprovecha de los pobres periodistas que están desesperados porque Fojaco ni los ve ni los oye. Estos últimos tienen la mirada perdida. Andan irascibles. En su cuenta de Twitter mientan madres por todo y contra todo. Están ansiosos.
Ah, pero cuando ya los invitan a sus fiestas. No faltará quien hagan la transmisión en vivo de la pachanga y con copa de alcohol en mano frente a la cámara, mientras le dan un trago grite: “¡el licenciado, hip, es todo un, hip, Fojaco, hip, terrenaaaal!”.