Desde los inicios de la cinematografía, el tema del Demonio y la brujería han sido ampliamente abordados por distintos directores de alcurnia. Desde 1899, Georges Méliès, el cineasta francés a quien hoy debemos tanto a pesar de que terminó vendiendo juguetes en la estación de Montparnasse, filmó Le diable au couvent. Años más tarde, en 1922, aparecería Häxan, película muda de producción sueco-danesa, dirigida por Benjamin Christensen, que abordaba la famosa cacería de brujas que se acentuó con la expedición de la Bula Papal de Inocencio VIII y, subsecuentemente, con la publicación del Malleus Maleficarum en 1487.

Distintas películas han explorado este tema desde perspectivas opuestas. Tenemos, por lo mismo, obras críticas hacia el hermetismo católico como en el caso de Las brujas de Salem (The Crucible, 1996), hasta aparentes filmes de culto como The Lords of Salem (2012), dirigida por Rob Zombie.

La bruja: una leyenda de Nueva Inglaterra, del director Robert Eggers, se postula como un proyecto que rescata el discurso del paganismo y lo dota con nueva fuerza. A pesar de que podría resultar anacrónica en su tema, Eggers supo adaptar los elementos comunes de esta pugna teológica (Paganismo vs. Catolicismo) para crear un proyecto que trasciende el cine de horror común y se postula, quizás, como buen cine (comercial) de arte.

La bruja nos narra la historia de una familia católica que abandona su congregación de colonizadores para asentarse en medio de los páramos solitarios de Nueva Inglaterra. Ahí, aislados de civilización, deberán enfrentar las consecuencias de su retraimiento, así como aquellos horrores que aparentan estar ocultos en las profundidades del bosque.

Debo decir, en primera instancia, que al igual que muchas otras películas que exploran el tema del paganismo, la historia se centra en una visión folclórica (así lo anuncia su título) de la brujería. Por lo mismo, no se trata de un filme de horror convencional que busque explotar elementos sobrenaturales para “espantar” a la audiencia. Por el contrario, Eggers prescinde de las técnicas convencionales del género, (como en el caso de la usual escena Jack-in-the-box, en la que el monstruo salta de pronto a fin de sacarnos un mediocre susto) para centrarse en una trama concisa, absorbente y, por lo mismo, más efectiva que la de muchas otras películas. Esto se obtiene, además, por la genial atmósfera del filme (ahogada en una dirección fotográfica bastante fría y lúgubre), así como por las agonizantes y tétricas cuerdas de Mark Korven (por momentos, la banda sonora me recordó la exuberancia acústica de Suspiria).

Por lo anterior, La bruja suma una serie de elementos que logran crear un entorno opresivo, que incrementa la sensación de aislamiento de los personajes, así como los elementos ominosos que parecen circundar a esta tragedia espiritual. Esto se debe, en gran parte, a un extraordinario elenco conformado por actores que, para bien, resultan desconocidos por la audiencia (con la excepción de Kate Dickie, a quien muchos identificamos como la histriónica Lysa Arryn de Game of Thrones). Ralph Ineson hace un excelente papel de padre obsesivo, inflexible y demasiado incauto; y Anya Taylor-Joy, la actriz que interpreta a Thomasin, sabe desenvolverse con pericia (y sin recato) a pesar de su corta edad. Esto último resulta relevante dentro del trabajo realizado por Eggers, puesto que su dirección no concede comedimiento para el mustio ni se excede en escándalo para caer en lo sensacionalista.

Tal vez, de las pocas quejas que podría tener sobre este filme es un exceso de literalidad en las cuestiones heréticas, de modo que la película se entrega por completo al elemento siniestro de la brujería y hace a un lado el aspecto psicológico, cosa que pudo imbuir de más fuerza a la historia. Todos los personajes parecen aceptar los sucesos con resignación casi suicida, y aunque esto puede fungir, justamente, como crítica a la ingenuidad religiosa, termina por sentirse forzado. De la misma manera, las grandes expectativas que se crearon con los cortos y promocionales de esta película tuvieron, como generalmente sucede, el efecto opuesto, de modo que uno se siente engañado cuando esperaba ver (como decía alguno de sus trailers) “algo que no deberíamos”.  Por el contrario, creo que La bruja es algo que debe verse, tanto por su excelente trasfondo artístico como por esa armonía de elementos que cumplen con el espectador. No esperen, eso sí, sentirse lo suficientemente perturbados para dormir con la luz encendida. Menos, si no tienen machos cabríos o bosques siniestros afuera de su casa.

9 notas en negro.

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