La Quinta Columna

Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam

 

De principio a fin, la campaña de Tony Gali Fayad tuvo orden, disciplina, concentración.

Sabían que iban a la elección más importante de sus vidas.

Y en consecuencia se movieron.

Del otro lado, Blanca Alcalá arrancó entre titubeos, desesperación y pifias.

Llevar a Mario Marín al registro de su candidatura la marcó brutalmente.

Ya no pudo quitarse de encima el estigma del marinismo.

Este domingo, las cosas se movieron como se habían movido desde abril.

Alcalá desoyó a sus críticos y se metió en una dinámica que la fue llevando al despeñadero.

Les creyó a sus asesores y terminó perdiendo todo: prestigio, sensatez, sentido común, trayectoria política.

No leyó el manual y eso se vio en su accidentado cierre de campaña.

Echada a los brazos de la confusión, estuvo a punto de ponerse en huelga de hambre.

La jornada arrancó con la natural tensa calma con la que arrancan los comicios polarizados.

Lejos de enviar mensajes de certeza, los priistas dijeron que iban a una elección de Estado.

López Obrador hace lo mismo, pero con mucho mayor estilo.

En el war room de Blanca ya se veía venir una catástrofe.

En corto, sus operadores admitían que iban abajo cinco puntos.

Eso les daba la esperanza de bajar la diferencia a cuatro o a tres en aras de judicializar la elección.

En otras palabras: no pensaban en ganar —nunca estuvo realmente en sus escenarios—, sino en perder por poquito para buscar la anulación.

Con ese ánimo abajo se fueron a la campaña.

Y con una esperanza chabacana: que la sociedad saliera a votar para enterrar a Moreno Valle y a Tony Gali.

Cosas de la vida: el partido que de manera natural ha estado en contra de la sociedad por más de ocho décadas ahora le apostaba a esa misma sociedad para que lo salvara del caos.

Malas noticias: queda demostrado que el voto antiPRI sigue tan vigente como las banderas caídas que a la hora de cerrar esta edición se ven en el partidazo.

Con ese ánimo abajo llegaron a los comicios.

Pronto empezaron a llegarles las noticias más terribles: mapacheras descubiertas, operadores con dinero black detenidos por la policía y votos en picada moviéndose por todo el estado.

La campaña de los morenovallistas funcionó como reloj.

Todos con el librito bien aprendido.

Un paso adelante, siempre, de los priistas-marinistas.

Hacia las doce del día aparecieron las primeras tendencias en los despachos de Mendoza Blanco y MasData.

Entre once y doce puntos arrancaba la diferencia.

Una hora y media después vino el segundo corte a confirmar esa tendencia.

Y después de las tres, el tercero no dejó lugar a dudas.

Blanca y sus operadores seguían moviéndose de manera errática.

Lloraban por teléfono, se quejaban en el CEN, pedían porros para frenar la debacle.

Y fue desde México que les avisaron que todo estaba perdido.

Hoy entran en una encrucijada: o salen a reconocer la derrota y se van con dignidad o entran en la espiral del pataleo y la resistencia civil que confundieron, días atrás, con una tamalada.

Blanca a estas alturas también perdió el don de la ubicuidad.

Y más: no sabe si es una senadora con licencia deseosa de regresar a su escaño o una candidata derrotada a la que ya casi nadie le toma las llamadas.

La derrota duele, Ufff.

Ahora ella lo sabe.

El viernes pasado, por cierto, comiendo en el Alfredo di Roma, quien esto escribe se encontró a Tony Gali saliendo del privado.

Saludó a nuestra mesa y nos presentó a un personaje singular con quien había compartido —dicen los clásicos del lugar común— el pan y la sal.

Su nombre: Luis Maccise.

El mismo.

El constructor exitoso.

El dueño de Reporte Índigo.

El socio de Juan Luis Cebrían.

El amigo —uno de los pocos, de los mejores— del presidente Peña Nieto.

El único —familia con familia— con el que viaja en esos largos cruceros que sirven para conversar a pierna suelta sobre el pasado, el presente y el futuro.

Ese día en la tarde escribí en mis cuentas de Twitter y de Facebook que había llegado a Puebla la “pinche señal”.

Ya se iban Gali y Maccise, cuando le pregunté al primero:

—¿Pronóstico para el domingo?

—Once —respondió con la sonrisa que lo ha venido acompañando.

Hasta el cierre de esta edición los números se andan moviendo por ahí.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *