Por Ignacio Juárez Galindo / @ignacio_angel
En la oficina de uno de los más importantes miembros del grupo morenovallista escuché la definición política de la facción en el poder: “No venimos a sacar al Partido Revolucionario Institucional de Puebla sino a cambiar el establishment en la entidad”.
A seis años de aquel 2010 que puso fin a 80 de gobiernos priistas, los morenovallistas pueden congratularse de haberlo conseguido. Y el triunfo de José Antonio Gali es la confirmación.
Más allá de la ruptura del mito de gobernador no pone gobernador, el morenovallismo demostró que la mejor apuesta que pudo tener es precisamente desmontar el viejo sistema político priista e imponer su propia visión, siempre orientada a la construcción de escenarios nacionales y forzar a las élites internacionales a incluirlo en su radar.
En otras palabras: el morenovallismo apostó por cambiar a Puebla desde adentro, pero también por asumirse como un grupo político con influencia nacional. Una visión de largo aliento y más ambiciosa.
Y la apuesta está dando los frutos esperados.
Por eso es que Rafael Moreno Valle Rosas lo mismo puede ser el mejor aliado del presidente de la República, ungirse como el mejor operador político del panismo a nivel nacional, seducir a los directivos de las corporaciones más poderosas en el mundo y tener mano firme para obligar a que los proyectos caminen como está trazado en el manual definido.
En Puebla, el morenovallismo asumió la extinción del priismo como una prioridad –aunque haya sufrido un descalabro en 2015–, pero también de todos aquellos grupos que cohabitaron con el dinosaurio.
Un caso ejemplar es la Organización Nacional del Yunque, el empresariado poblano y los supuestos grupos emergentes aglutinados en dicha ala conservadora. El morenovallismo los exhibió en su justa dimensión: un grupo que tenía como rehén al PAN, pero que carecía de la estrategia y los recursos para hacerlo competitivo; un empresariado con una visión de tendero español, acostumbrado a vivir del subsidio y negocios con el gobierno priista en turno, incapaz de dimensionar un estado empresarial al estilo regiomontano; y grupos conservadores que fungían como grupos de presión y no como entes vertebradores de la sociedad.
El morenovallismo sabía desde un principio que para alcanzar el estado moderno y dinámico de sus sueños era necesario poner orden, aún a costa de ser acusado de autoritario, déspota y represor.
El domingo pasado, el grupo en el poder comprobó que la elección también fue un referéndum a la administración estatal; fue el espaldarazo ciudadano construido desde una estrategia político-electoral exitosa que logró permear y hacer frente al descontento social.
Y aunque el nivel de abstención fue alto, aún me pregunto: ¿dónde se encuentran las “hordas” ciudadanas que estaban hartas del morenovallismo?
La prensa marinista juró que los ciudadanos saldrían a las urnas para echar a patadas al tirano gobernador porque en Puebla se vivía un cansancio de la forma de gobierno. Lo cierto es que aún sigue esperándolos sin poder ocultar en su rostro el rictus de quien se sabe derrotado.
Podremos estar de acuerdo o no con el férreo manejo del poder a manos de los morenovallistas, pero lo que no se puede negar es que imprimieron un sello propio en la praxis y su apuesta fue correcta en función de sus intereses: lo mismo ganan elecciones de forma aplastante que logran acuerdos con la cúpula del peñanietismo, abren opciones de negocios para quienes estén dispuestos a sumarse al proyecto y aplastan a sus enemigos.
Frente al morenovallismo, los poblanos hemos visto una oposición de caricatura y corrupta, la ausencia de políticos profesionales, la carencia de opciones ciudadanas que logren hacer un contrapeso efectivo a esa praxis del poder. Seguimos atrapados en reflejos emocionales de lo que se quisiera y lo que nos merecemos.
Por eso, el grupo que habita Casa Puebla carece de contrapesos. Es verdad que también se ha encargado de destruirlos, pero el fallo no está en el énfasis morenovallista en impedir que surjan estas opciones, sino en la ausencia de sectores capaces de interrelacionarse y plantar cara.
El establishment poblano cambió y muy pocos se dieron cuenta.
