Por Arturo Luna Silva / [email protected]

En menos de 24 horas el Partido Revolucionario Institucional (PRI) cayó de la nube rosa a la boca del abismo, en el peor momento, a dos años de la contienda presidencial.

Con la dirigencia del expresidenciable Manlio Fabio Beltrones, el tricolor vivió el domingo su peor jornada electoral desde el 2 de julio de 2006, cuando además de fracasar en su intento por recuperar la Presidencia de la República, perdió en cinco de seis gubernaturas; una fue la jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal.

De sus expectativas de ganar nueve de las 12 gubernaturas en disputa el 5 de junio de 2016, y refrendar sus gobiernos estatales, pasó a la cruda realidad, a la debacle propinada por un fortalecido Partido Acción Nacional (PAN) que podría concretar triunfos cerrados en Aguascalientes y Veracruz, en tanto que tiene en la bolsa Durango, Quintana Roo, Chihuahua, Tamaulipas y, por supuesto, Puebla.

Explicaciones hay muchas, pero los resultados de estos procesos, que con seguridad aún tendrán jaloneos en tribunales, tienen como innegable ingrediente en común la baja en la popularidad del gobierno de Enrique Peña Nieto, ésa que él mismo ha descrito como un “mal ánimo social”.

Pero el mexiquense, quien ronda 30% de aprobación, la más baja de que se tenga memoria, no es el único responsable.

Mucha de la culpa recae en el presidente del tricolor, Manlio Fabio Beltrones; en el titular de la Secretaría de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y en los candidatos, quienes no entienden que el PRI es una marca desprestigiada y, sin imaginación ni esfuerzos importantes, siguen haciendo campaña como si todavía estuviéramos en la era del partido único. El caso más claro: Blanca Alcalá en Puebla.

La disputa entre Manlio y Osorio por la candidatura presidencial del PRI para 2018 fue otro tema que aderezó la debacle priista y en la que resultó desbancado el sonorense.

Varios operadores del tricolor reconocen que al hidalguense “se le pasó la mano” con los obstáculos, o falta de apoyo a los candidatos del PRI, en su afán de frenar y opacar a Beltrones, lo que consiguió de sobra, pero en el que también disminuyó al partido que pretende representar en 2018.

Luego de las entregas de constancias de mayorías en cosa de una semana, el priismo apenas se quedaría con cinco plazas: Hidalgo, Tlaxcala y Zacatecas, donde refrenda, así como Oaxaca y Sinaloa, las que recupera.

Así, el tricolor estaría más debilitado que nunca, pues quedaría gobernando apenas 15 entidades, el PAN 11, el PRD cuatro (incluyendo la Ciudad de México), una el Partido Verde, Chiapas; y una, un independiente: Nuevo León.

De los gobiernos actuales, el PRI habría perdido seis gobiernos: Veracruz y Tamaulipas, los más dolorosos, además de Aguascalientes, Durango, Quintana Roo y Chihuahua, que ahora estarán en manos panistas.

Mientras Beltrones asegura que el PRI debe buscar una “reconexión con la ciudadanía” y  “cambiar estrategia y cambiar decisiones”, es insoslayable también, en el recuento de los daños priistas, el análisis de los acuerdos.

La alianza, tan mencionada, entre Peña, Osorio y el gobernador poblano, Rafael Moreno Valle, para frenar a Andrés Manuel López Obrador en dos años más, recobra hoy importancia y da elementos para la reflexión.

En el nuevo mapa electoral aparece ahora el Movimiento Regeneración Nacional (Morena) como la tercera fuerza nacional y en solitario, pues en la suma simple de sus votos en los 14 procesos del domingo (12 elecciones de gobernador, las intermedias de Baja California y las del Constituyente de la Ciudad de México), obtuvo 2 millones 151 mil 169 sufragios, nada despreciables en la carrera hacia 2018.

La pregunta es si ahora, con las renovadas posibilidades presidenciales de Moreno Valle, luego del triunfo arrasador en Puebla y de sus socios en otras entidades, la alianza con Peña y Osorio siga conviniendo al panista, cuando ahora el PRI, como muestran las cifras duras, está más cerca del infierno que de la gloria.

¿O me equivoco?

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