Por Sommelier Michelle Carlín / @purpleandwine

Cuando te dolía el estómago y tu mamá o tu abuelita te daba un “tecito de manzanilla o hierbabuena”, te implantaron la idea de que todo aquello a lo que se le ponga agua caliente es té, deformándola a tal grado que incluso en donde deberíamos esperar una correcta referencia a esta bebida, como en los restaurantes ,llegan a ofrecer “té limón”, “té de frutas”, y “té de menta”, por dar algunos ejemplos.

Así, se refuerza la ignorancia con la que hemos crecido.

Aquello que nos han hecho creer –por falta de conocimiento– que el “tecito” es, está totalmente equivocado. Dentro del mundo de la sommeliería tenemos al té y las infusiones –donde entra el café, por supuesto–, separado a su vez en el grupo del té (que incluye su versión aromatizada) y las tisanas.

Aclaremos: para que sea té, éste debe llevar las hojas de camellia sinensis o sus subespecies. Como si de vino se tratara, podemos encontrar hojas de distintas calidades, elementos procedentes de diversas partes de la planta, clasificadas por el tamaño y lo enteras que éstas se presenten.

Las hojas son sometidas a distintos niveles oxidativos, produciendo opciones tales como el té verde, rojo y negro, por mencionar algunas.

Lo encontramos en diversas partes del mundo donde el clima y el suelo son propicios para su cultivo, procedente de zonas tan lejanas como la India –con las regions de Assam, Darjeeling y Sri Lanka–, China –indiscutiblemente, la cuna del té, bebida que le ha acompañado durante milenios, permitiéndole desarrollar la cerámica para su servicio– y Japón, donde se ha perfeccionado un ritual que puede durar más de cuatro horas.

El té es tan popular que han ocurrido guerras por ella y ha sido motivo de inspiración para muchos. Se le ha denominado de formas diversas con nombres como chai, thé, tsai, tae, teh, cha: todos hacen referencia a la misma bebida e incluso hay blends muy famosos como el Earl Grey –uno de mis favoritos–,  el cual es una mezcla de té negro y verde de Darjeeling, Assam, Ceilán, Keemun, aromatizado con aceite de bergamota, todo ello combinado en un perfecto equilibrio.

A final de cuentas, todos estos elementos giran alrededor de estas hojas que podríamos considerar insignificantes dentro de un infusor o una bolsita comercial, pero de insignificante no tienen nada; no en balde en el mundo es la segunda bebida más importante, después del agua.

Dentro del mundo de estas bebidas todas son infusiones pero no todas son té propiamente dicho, y aquellas que no lo son, pueden contener –o no–

hojas de la planta camellia sinensis en combinación con hierbas, especias, cortezas, frutas secas: a estas combinaciones se les denomina tisanas.

Lo interesante de las tisanas es que combinan las bondades de no solo el té (si es que lo contienen, en la medida que sea), sino de otros elementos como canela, anís, ginseng e hinojo, entre otros, que hacen que la bebida sea aún más rica en propiedades.

En general se le atribuyen muchas cosas positivas al té; entre ellas, la sensación calmante dada por la teína, que se encuentra en mayores cantidades en su versión de té negro. Pero sin importar qué propiedad se le adjudique, hay que saber una cosa: entre mayor proporción de hojas de té contenga, mayor concentración obtendremos de sus beneficios y debemos ser cuidadosos en cuanto a la temperatura de infusión.

Lo cierto es que tanto el té como el vino son saludables.

Si no están en nuestras vidas, ameritan estarlo. Hay opciones para cada ocasión y gusto particular y son una delicia por su sutil esencia.

Lo mejor de todo es que podemos empezar el día con una taza de té y terminarlo con una copa de vino.

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