Como cada año este Día Internacional de la Mujer se prevén desde marchas, hasta talleres, conferencias y otros tantos eventos conmemorativos a la fecha que, lamentablemente, tiene su origen en la muerte de más de un centenar de trabajadoras en una fábrica textil de Nueva York, a causa de la brutal represión a manos de la policía local, mientras se manifestaban contra los bajos salarios y las pésimas condiciones laborales.
De acuerdo con datos oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), de 2018 a la fecha se han registrado en México 4 mil 817 casos de feminicidios. Me pregunto si las familias de esas mujeres piensan que este 8 de marzo sirve realmente para algo.
¿Qué es de los hijos o hijas de esas mujeres? ¿Qué de sus madres, padres, hermanos? Nada podrá regresarlas a su mesa, a las fiestas familiares, a sentir su abrazo y presencia. Peor aún, en un porcentaje alto, medio o bajo de los casos, el o los responsables no han sido alcanzados por el brazo de la justicia.
Y no, no es un tema de partidos. Considero que lo más ruin sería tratar de politizar un tema que exige acciones de quien sea, sólo hace falta convicción por una causa, la de mujeres y niñas que mientras usted lee estas líneas están siendo golpeadas, violentadas, traficadas, vendidas, sin que el 8 de marzo llegue a rescatarlas.
Hacen falta tantas voces por quienes en la lejanía de la provincia viven infiernos permanentes. Por las niñas que llegan golpeadas o abusadas a sus salones de clase en las comunidades apartadas; por las mujeres que viven sometidas a la voluntad de una pareja; por las jovencitas que ven morir los sueños que apenas llegaron a asomarse, de vivir otra realidad, porque para ellas, aún en este siglo de la modernidad, no es permitido pensar en un futuro por el hecho de ser mujer.
¿Se ha avanzado? Si claro, un mundo si pensamos en la vida de las mujeres del siglo XVIII o XIX; sin embargo, estoy convencida que el reto es llegar más allá de las grandes ciudades, donde la influencia de los medios de comunicación, de redes sociales, facilita la denuncia y resulta mucho menos complejo visibilizar la violencia.
El reto es llegar allá, a la lejanía, a los poblados donde las niñas y mujeres no saben aún que tienen voz y voto. Que tienen todos los derechos. Que son libres.
Por: Jésica Baltazares

