Vamos pues al análisis desde las antípodas. En 2015, el prestigioso economista ganador del Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, publicó un libro titulado la “Creación de una sociedad del Aprendizaje”. En esta obra, resaltaba la importancia que tendría para la economía de todas las naciones el aprendizaje continuo, ya no como una opción, sino como un imperativo esencial para mejorar su nivel de bienestar en un contexto global donde la información y el conocimiento generado crecería de manera exponencial.
El tiempo, no ha hecho sino darle la razón a Stiglitz.
Y es que si en el año 1900, el conocimiento se duplicaba cada cien años, para 1945 éste se duplicaba cada veinticinco años. Ya en 1975, cada doce años y en el año 2016, cada trece meses.
Se estima, que en 2030 duplicaremos el conocimiento humano, gracias al “internet de las cosas” (IoT), cada doce horas. ¿Somos capaces de imaginarlo siquiera?
En este sentido social, si el imperativo de progreso de las naciones pasa ineludiblemente por fomentar sociedades del aprendizaje, dicho progreso ha de ir de la mano de la construcción de sociedades más justas y menos desiguales.
Resulta por tanto alarmante que, de acuerdo con el Informe Regional de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publicado este año, América Latina esté considerada como la segunda región con mayor desigualdad en el mundo después de África Subsahariana, y donde México, Brasil y Chile, son los países con la concentración del ingreso más alta. El top 3 de los países más desiguales si de reconocimientos poco honrosos se tratara.
De esta manera, según el mismo informe, en México, el 10 por ciento de la población captó el 59 por ciento de los ingresos generados entre 2000 y 2019 y un tercio de la riqueza nacional se encuentra concentrada en un 1% de millonarios. Ya es de todos sabido, ya nuestra capacidad de asombro, no nos inmuta, datos que nos deberían indignar como nación.
Nos enfrentamos así a un doble desafío. Por una parte, el contexto mundial nos empuja a apostar por el desarrollo y construcción de sociedades del aprendizaje, pero esto no es posible si no se sientan antes bases reales para construir sociedades menos desiguales. Es decir, no se puede comenzar por el tejado de la casa sin atender los cimientos.
¿Hay pesimismo? Ciertamente, pero éste ha de ser motor de propulsión y de cambio y no de simple conformismo.
Prestemos pues la atención a lo que han realizado otros países y en cierta manera las lecciones que como sociedad mexicana podemos obtener y aplicar a nuestro particular caso.
Finlandia, resulta paradigmático para comprender esto.
Nos referimos a un país que hacia 1970 era pobre y que recién había dejado de pertenecer a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas mejor conocida como la URSS y que, sin embargo, como sociedad decidió asumir las riendas de su propio destino convocando a un gran pacto nacional guiado por una simple pero poderosa pregunta ¿Qué queremos hacer?
La próxima entrega desde las antípodas, vamos a abordar los ¿Qué? y los ¿Cómo? No sin antes dejar una pregunta detonadora ¿Vamos en el camino de la transformación de las estructuras educativas, económicas y sociales en México y en Puebla?
Por: José Ojeda Bustamante
@ojedapepe