Pese al mal humor social y los innegables avances electorales de la oposición, el PRI sigue siendo el partido más votado en México.
De acuerdo con un conteo que publicó anteayer Excélsior, con base en el resultado de cómputos distritales de los comicios del 5 de junio –y en los datos del PREP cuando aquéllos no se habían dado a conocer–, el partido del gobierno y sus cuatro aliados habrían obtenido poco más de cinco millones de sufragios en la jornada.
Así están las cosas, a 27 años de que el PRI perdiera su primera gubernatura, a 19 años de que dejara ir la mayoría en la Cámara de Diputados y a 16 años de que fuera expulsado de Los Pinos.
Esta resiliencia del tricolor resulta difícil de explicar porque 24 millones de los 82 millones de mexicanos registrados para votar son tan jóvenes que no vivieron los tiempos en que el PRI dominaba todos los ámbitos de la política nacional.
Cuando ellos nacieron el panista Ernesto Ruffo aún no ganaba la gubernatura de Baja California.
Hace 40 años, cuando José López Portillo competía solo por la Presidencia, más de la mitad de los ciudadanos empadronados no había visto la luz. ¿Acaso será por eso que el PRI no se extingue, porque a ellos no les tocó el tiempo de la llamada dictadura perfecta, de las elecciones sin democracia real, de la casi inexistente libertad de expresión?
¿O será porque se trata del partido que mantiene la mayor presencia en la geografía de la República y conserva bien aceitados sus mecanismos de vinculación con los votantes?
Es evidente el descalabro que sufrió el partido el domingo 5 de junio. Como resultado de esas elecciones estatales –como también publicó Excélsior hace unos días–, el PRI tendrá, a partir de enero, el menor número de gubernaturas en toda su historia: 15, menos de la mitad.
He venido argumentando en este espacio que los resultados de los comicios recientes no son fáciles de leer. No me parece que haya generalizaciones válidas sobre la forma en que se votó en las 14 entidades federativas que tuvieron elecciones.
Muchas de las nociones sobre cómo gana el PRI las elecciones se vienen abajo al revisar los resultados, como aquella de que a mayor participación de los votantes, menos votos al PRI.
¿Cómo explicar que Hidalgo, Zacatecas y Oaxaca, tres de los estados con elección de gobernador que ganó el PRI, tuvieron las más bajas tasas de abstencionismo?
Interesante es también que la votación por el PRI y sus aliados en las mismas entidades donde hubo elecciones el 5 de junio fue prácticamente la misma en los comicios federales del año pasado. Este año, el PRI se alió con el PVEM en 13 de las 14 entidades con elecciones, así como con Nueva Alianza en 12, con el PT en cuatro y con el PES en una. Ese conjunto obtuvo cinco millones mil 490 votos.
Si sumamos los votos obtenidos un año antes por esos mismos partidos en los mismos estados en los que esta vez fueron en alianza con el PRI, el gran total nos da cinco millones 42 mil 375 votos. Es decir, una variación mínima a la baja (nota: en esa cuenta no se incluye a las organizaciones estatales que esta vez participaron aliadas con el PRI).
Lo que sí bajó fue el porcentaje del oficialismo. Mientras que el año pasado obtuvo 38.19% de los votos en los mismos estados, hace diez días el mismo conjunto de partidos consiguió el 35.44%, es decir, un descenso de 2.75 puntos.
En elecciones tan competidas como las que se vienen dando en México, esa caída puede ser la diferencia entre perder y ganar una elección. Incluso pone en riesgo la posibilidad de que el PRI retenga la Presidencia en 2018.
Sin embargo, esos cinco millones de votos hacen difícil hablar de una debacle del PRI.
Ante las experiencias vividas en otros países que tuvieron un partido de Estado como el que tuvo México durante 71 años, el del PRI debe ser un caso de estudio. Casi todos sus pares se esfumaron o se volvieron irrelevantes con el advenimiento de la democracia. El PRI no, y habría que ver por qué.
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Diversas versiones afirman que Eduardo Sánchez, vocero del gobierno de la República, será relevado. No es así. Sánchez continúa en ese cargo.
