“Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte: Hay que llenar nuestra vida y dar muerte a la muerte” José Luis Martín Descalzo.

La peor crisis, nos dirá Albert Einstein, es la de no querer luchar por superarla. Por eso, los más de los humanos están en crisis y van pasando la vida apagados y aletargados; como zombies, que enchufados a la mátrix “scrollean” el tiempo y generan dopamina dada por una compra barata o un like de un absoluto desconocido.

La mediocridad del alma es la peor de las crisis. Es la vulgar rutina que nos rodea por todas partes; es la excusa barata de aquellos, que como dice Dante, en La Divina Comedia, abandonaron el bien preciado de la inteligencia y construyeron su infierno aquí en la tierra.

La mediocridad es la suerte de miles de jóvenes que se abandonan en el “flow” de las emociones y la dictadura de lo relativo. Es la palabra con permiso cuando algunos escuchan compromiso.

La mediocridad es la muerte a la razón, a los valores y al sentido común. Es el premio al compadrazgo, al nepotismo y la crucifixión al talento y al esfuerzo.

La mediocridad es quitar presupuestos a la ciencia, a la cultura, al deporte y regalar dinero a gente que ni trabaja, ni estudia.

La mediocridad es elegir en puestos de gobierno a amigos, compadres y familiares que pertenecen a tu ideología; pero que no tienen ni la experiencia, ni el talento, ni los méritos académicos para desempeñar un cargo.

Mediocridad es creer que un país se construye y se gobierna con las babas de la demagogia.

La mañana del tres de junio de 2024, veinte millones de mexicanos amanecieron en “lunes negro”, viendo el barco de México zarpar con dirección Venezuela.

Con el paso de las semanas, los tormentosos prejuicios y paradigmas de estos “ilusos derrotados” se fueron disipando para continuar en el tren del conformismo.

Por otro lado, más de treinta millones sentían un “lunes soleado”, sentían que la esperanza continuaba, porque en “teoría”, las pensiones y la justicia social, estaban “aseguradas” por la transformación.

Lo que es verdad, y me duele decirlo, es que la mayoría de los mexicanos amanecieron en lunes gris. Fueron más de cuarenta millones de grises mexicanos que eligieron que otros eligieran por ellos. Del lunes gris seguirá martes, miércoles, jueves y viernes grises, porque llevan una vida gris.

La mayoría de los mexicanos amanecieron como han venido amanecido en los últimos años, con el alma dormida y como muertos en vida; porque la crisis, queridos lectores, no es la crisis de carácter político, ambiental y social; la crisis es de carácter ético y cultural. La crisis es de verdadero liderazgo y valores.

“Yo estaba tranquilo en mi mediocridad hasta que me resultó insoportable”. Robert Hossein.

Ni el lunes negro, ni el optimismo sin sustento, ni horas de explicaciones en ruedas de prensa con otros datos cambiarán la realidad de México. El precario sistema de salud o la violencia en el país no son datos de campaña. Son la realidad que tenemos que afrontar.

Queridos lectores:

¡Demos muerte a la muerte!

Pero sólo los que saben tomar el sol en las manos, y los que dejan una huella positiva en las vidas de los demás, podrán con su liderazgo y sus valores avivar esos sesos dormidos y dar muerte a esta asesina mediocridad que nos enferma.

Sólo tiene luz quien ha sabido recogerla, quién ha abierto su mente y su corazón a libros, a personas y a experiencias valiosas que resignifiquen la forma como miramos la vida.

Recordemos que las palabras más duras que La Biblia recoge no son para los “pecadores ordinarios” sino para los mediocres:

“Ojalá hubieras sido frío o caliente. Pero como nos has sido ni frío ni caliente, sino tibio, comenzaré a vomitarte de mi boca”, Ap,13-1.

La victoria guinda y la derrota rosa será la victoria gris o negra de México si no despertamos y le damos muerte a la muerte.

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