La condición de víctima permite la posición compensatoria ante supuestos agravios, injusticias, transgresiones, daños y un sinfín de etcéteras. Posición que da salto a otra igual, las cuales por supuesto van de la mano y no son mutuamente excluyentes; la de sobreviviente.
Ambas invitan al otro a reconocer –y muchas veces a acompañar– su sufrimiento y padecimientos, exigiendo una reparación individual y colectiva en el plano material y apelando a cambios en el orden estructural, abriendo así campo incluso a la politización.
Hoy en día existe una tendencia cultural a identificarse como víctima: desde aquel que atribuye su ruptura amorosa y fracaso laboral a su historia familiar, hasta el que comparte en su muro de su red social favorita una leyenda que indica que su fe no es un juego, apelando a la supuesta recreación de “La última cena” en la inauguración de los Juegos Olímpicos –siendo que esta obra también es la recreación de alguien, Da Vinci en este caso– .
Sí, una vez más los buenos cristianos se pusieron en esa posición. Pero entonces, ¿por qué esta tendencia? ¿Por qué la búsqueda incesante de una posición simbólica compensatoria? Sí, quizá por ello, por la indemnización que está por llegar. Que quizá no llegue nunca, pero la espera es mejor, por la esperanza que se construye alrededor y con la cual se comienza a fantasear.
Por lo tanto, hay otros cuestionamientos que vale la pena puntualizar, ¿de qué privilegios goza la víctima? y, ¿de qué privilegios goza la persona para ponerse en posición de víctima? Para la primera pregunta tengo algunas aproximaciones que pueden ser consideradas como respuesta. Para la segunda, tengo solamente una que considero como respuesta tajante: de ningún privilegio goza la persona para ponerse en posición de víctima, por eso buscar y ponerse en ese lugar.
Regresando al primer cuestionamiento, la víctima goza de muchos privilegios, ya lo dijo Giglioli; ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, incluso activa un potente generador de identidad y de derecho de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica y garantiza inocencia más allá de toda duda razonable. Por lo tanto, la víctima no tiene siquiera necesidad de justificarse.
Espero que ahora tenga más sentido porqué la condición de víctima opera hoy en día
como significante amo dentro de una lógica comunicativa dominante, y esto último también lo dice Lilie Chouliaraki, «el siglo veintiuno parece haber hecho del victimismo el arma política de todos los grupos sociales».
Y con esto surgen otros planteamientos como, por ejemplo: que el victimismo trae consigo una dinámica de competencia entre víctimas, competencia que busca ganar atención y recursos. Pecheny, Zaidan y Lucaccini indican que dentro de esta competencia que puede darse entre víctimas, cada individuo presenta como privilegiado su reclamo en búsqueda de resarcimiento, haciéndose así que cada uno se vuelva incapaz de identificar otra demanda como suya, dejando esto consigo una sociedad llena de luchas colectivas que son el conjunto de miles individuales, las cuales en lo único que parecen converger es en este reclamo de escucha y de reparación. Claro, ahora también tiene sentido porqué hoy en día en cada centro de trabajo o en cada escuela, e incluso en las mismas redes sociales –hay perfiles creados para depositar tu reclamo–, vemos medios para comunicar demandas y así demandar una posición: la de víctima.