PABLO RUIZ MEZA
Sí Rafael Moreno Valle regresara de su “isla” donde “disfruta” de su “enorme fortuna”, como lo divulgaron en la campaña negra perversa los morenistas a la muerte del senador, entonces el morenovallismo existiría y gozaría de cabal salud política.
Algo así está ocurriendo en la realidad, y no en la ficción, con el “marinismo” al retorno a Puebla del exgobernador Mario Marín Torres, luego de salir de prisión de alta seguridad del Altiplano para seguir en su residencia el juicio por abuso de autoridad y tortura contra la periodista Lydia Cacho.
Exfuncionarios del gabinete estatal en el sexenio de Marín Torres, ex priistas la mayoría de ellos, hoy son activos políticos principales del partido de “izquierda” Morena, y uno de ellos será el gobernador del estado.
De tantos nombres y apellidos de priistas marinista, no está con Morena en activo el excandidato a gobernador del PRI Javier López Zavala, quien apoyó abiertamente a Miguel Barbosa Huerta como abanderado de Morena a la gubernatura.
En la memoria colectiva se le recuerda a López Zavala siguiendo al entonces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador durante una gira en Veracruz para que le autografiara en uno de los libros publicado por el tabasqueño.
El marinismo como fenómeno político, con la existencia y presencia de su líder “moral” en Puebla, se fortalece como protagonistas del relevo en la conducción de las riendas del poder político del estado.
Pese a la presencia de marinistas en Morena, el marinismo como tal pasará como un mito en este momento político en Puebla, y no veo a Mario Marín Torres en la primera fila en el día de la ceremonia oficial de investidura del gobernador constitucional entrante.
Como grupo político, el morenovallismo desapareció a la muerte del exgobernador y senador en funciones Rafael Moreno Valle Rosas, con la caída del helicóptero que lo transportaba junto con la gobernadora Martha Érika Alonso, y la tripulación, en aquel diciembre de 2018.
La diferencial actual entre el morenovallismo y el marinismo es que este último es un importante activo político en Morena, y Mario Marín, un viejo lobo, retornará a la vida política activa para opinar e influir en la conducción del estado.
Mientras, los pocos sobrevivientes del morenovallismo, cohabitarán con Marín Torres, porque se han convertido en aliados y operadores de la 4T; nombres y apellidos son del dominio público.
Dependerá del gobernador entrante morenista permitirle a Mario Marín espacios de protagonismo en la vida pública del estado, porque una vez como titular del Poder Ejecutivo empezará la era del armentismo.
En este contexto, el marinismo está destinado a ser reducido a un referente o leyenda como grupo político del pasado priista, que no tiene ninguna oportunidad de convertirse en “tutor” o “líder moral” del gobierno morenista.
Le persigue a Mario Marín no solo el proceso penal que seguirá en libertad con “arraigo domiciliario” por el caso Lydia Cacho, sino el peso que tiene el haber sido exhibido por la entonces candidata presidencial Claudia Sheinbaum Pardo en el debate presidencial, con fotografía en mano, entre los gobernadores corruptos del PRI.
La presencia de Mario Marín Torres en Puebla se puede convertir en una incomodidad política para el gobierno entrante porque participan en el gabinete connotados ex colaboradores del gobierno marinista, con el agravante de que la presidenta electa Sheinbaum lo tiene en la mira.