JOSÉ ZENTENO
Decíamos en la pasada entrega que el futuro de los líderes con estilo populista está asegurado. El mundo vive un nuevo paradigma cultural que es favorable a este tipo de liderazgos. La posmodernidad es el entorno ideal para los discursos estridentes y disruptivos que estimulan emociones negativas, aunque estén plagados de mentiras.
En estos tiempos se están diluyendo las estructuras que antes garantizaban orden y cohesión social. Están en un proceso de deconstrucción instituciones como la iglesia, la familia, la democracia y las libertades individuales. Hasta la identidad de género y el uso del idioma quieren modificarse al capricho del “siento luego existo”.
El eclipse de la razón es real en esta sociedad posmoderna. Me gusta el término eclipse porque describe a la perfección lo que ocurre. Son tiempos en los que el pensamiento racional está en desuso, lo de hoy es sentir y actuar en consecuencia. La sociedad contemporánea premia la mediocridad, reprueba las estructuras meritocráticas, promueve el ocio y estilos de vida aislados de la interacción interpersonal.
Claro que en este entorno de eclipse de la razón es mucho más fácil que se empoderen líderes carentes de escrúpulos y de apego por la ética o por la estética.
Políticos como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson o Viktor Orbán son dignos exponentes del populismo de derecha. Andrés Manuel López Obrador, Pablo Iglesias, Hugo Chávez o Gustavo Petro lo son de izquierda. Y ahora Javier Milei, quien inauguró una nueva versión de populismo “libertario” con tintes conservadores.
No quiero dejar de mencionar a Samuel García. Durante su efímera incursión en la escena política nacional de solo 15 días como candidato presidencial, logró crecer más en las encuestas que Xóchitl Gálvez en sus 3 meses de campaña. Utilizó un lenguaje popular, identificó a un enemigo (la vieja política) e incorporó un significante vacío como parte de su estrategia (los tenis naranjas). Sin duda que la estrategia del gobernador de Nuevo León incluía la receta completa de un típico candidato populista.
¿Por qué funcionan esas estrategias y en el pasado la sociedad las rechazaba? Porque cambió la cultura de la gente.
El cambio cultural tiene muchas causas, pero la más evidente y en la que coincidimos muchos se relaciona con la destrucción de valores en la sociedad. La ausencia de valores corresponde también a una falta de liderazgos portadores de valores.
Las familias dejaron de formar a los hijos, los medios de comunicación diluyeron y tergiversaron los valores, los sistemas educativos se concentraron en desarrollar habilidades para el trabajo, los gobiernos y los líderes políticos perdieron el tiempo en sus luchas de poder, las empresas y empresarios en maximizar sus utilidades. Nadie se ocupó durante años de la formación de valores en la sociedad. Generaciones enteras crecieron vacías, sus carencias se llenaron de dopamina con la interacción de redes sociales, de oxitocina por la pornografía digital, de deseo de tener y de frustración por no poder comprar. Nos convertimos en una sociedad carente de respeto por la dignidad humana.
El líder político del futuro seguirá la receta que presenté en la anterior colaboración. La competencia por el poder será una feria de personajes con estilos y discursos disruptivos. Las ocurrencias banales serán el único menú disponible en la oferta política. Vamos a iterar entre la demencia y la locura, hasta que un día la sociedad se canse de las consecuencias, y eso puede tardar décadas.
Espero que al mismo tiempo surja otro perfil de liderazgo, uno que elija convertirse -con su ejemplo- en regenerador de valores en la sociedad. Esos líderes la tendrán más difícil en el corto plazo, pero su contribución servirá para construir un mundo mejor.