Guillermo Fadanelli (Ciudad de México, 1960) es una criatura particular; proporcionalmente escéptico y pesimista, y subrepticiamente reflexivo y esperanzador. Con la misma soltura con la que escribe una opinión en sus redes sociales y se mete en líos, escribe libros que desempolvan la comodidad y avivan aquel cuerpo dormido en la memoria.
Eso pasa con Desorden, su más reciente libro, que podría definirse como un encuentro desordenado y caótico que, llevado a los lectores a través de la vagancia filosófica, nos confronta con la vida propia del ser en estos tiempos tan inciertos.
En entrevista con este diario, tras dejar claro que uno de los objetivos de este libro era incitar desordenada, libre y caóticamente a la conversación, “para hacernos menos arrogantes y menos dogmáticos”, el también autor de Mis Mujeres Muertas meditó sobre la adaptabilidad de los conceptos dentro de este universo literario-filosófico-reflexivo como piezas indispensables.
“La dispersión y el caos son fundamento para establecer órdenes más habitables y menos rígidos. Cuando hablo de dispersión, por supuesto hablo de caos, pero, sobre todo, de que nuestro pensamiento es esencialmente una nebulosa”.
Y apunta lo anterior al tiempo que recuerda una definición sumamente poética que quizá provenga de Jean-François Lyotard o de Walter Benjamin, que “las ideas son nubes”, de las cuales “obtenemos alguna clase de sentido”, mismo que devendría, inexorablemente, en humildad. La vena poética es innegable.
LA ESCRITURA Y UNA ÚLTIMA REFLEXIÓN
“Este libro era difícil por una razón: Deseaba que se impusiera la sencillez, que cualquiera lo pudiera leer, que no fuera un libro solo para eruditos”, comentó.
Y en ese trajín surgieron dos cosas, desafiar los límites del género y escribir un libro sumamente político.
A propósito, se limitó a cavilar: “Toda política es una ética. Es decir, una idea del bien y del mal, qué hacemos bien, qué hacemos mal, qué podemos hacer para mejorar… y cómo la ética es la raíz de la política, prefiero centrarme en ella, más que en los actores actuales de la política, digamos, común”.
Acaso como conclusión anticipada, quizá honda, dijo que “la literatura es especialmente importante para estimular el progreso social de las comunidades”.
Claro, porque visto así, desde cierto nivel reflexivo, “ser un lector de una o de otra permite quitarse el velo, aceptar que no tenemos la razón, estamos ante un mundo de posibilidades y, finalmente, que ser partícipe de todo esto no nos hace mejores personas”.
Tras apuntar brevemente que le acompañaron en la escritura H. G. Gadamer, Ricard Rorty, Isaiah Berlin, Octavio Paz “como sustento o fundamento de mis lecturas”, entre muchos otros, el autor de Desorden (Random House) confesó que en realidad no tiene ninguno fundamental, puesto que tiene cierta vena anarquista.
“Por tanto, no soporto a los mesías, ni a los tiranos, ni a los que tienen la verdad. Todos tenemos una parte de la verdad, entonces, tratar de imponer a los otros se me hace lo más terrible que ha sucedido en la historia humana”, finalizó.