Para los campesinos de Tepeaca no hay forma de enfrentarse a los chupaductos , quienes venden, en camionetas que también hurtaron, hasta en 6 pesos el litro de combustible

 

Por Guadalupe Juárez

Los chupaductos son hombres altos, musculosos, visten playeras sin mangas, pantalones de mezclilla a la cadera –“como de cholos”–, siempre están acompañados de un arma larga, lista para arrebatar hasta el último aliento a quienes se crucen en su camino.

Las personas dedicadas a ordeñar los ductos –aseguran los pobladores– tienen de 18 años en adelante, viajan en motocicletas o en camionetas robadas.

“¿Qué hacemos ante esto? No te puedes enfrentar a ellos”, dice un campesino que ha visto cómo en la madrugada perforan los ductos de Pemex.

La descripción de los también conocidos como huachicoleros es clara para quienes los han visto operar en el municipio de Tepeaca –localizado a una hora de la capital del estado– el cual ocupa el primer lugar en robo de combustible a nivel estatal, ilícito que ha desatado otros delitos como el robo de vehículos y homicidios.

Un machete o una escopeta son la única defensa con la que podrían contar los labriegos, insuficientes para enfrentarlos. “Mejor te haces a un lado, prefieres que se lleven lo que tienes, pero que no te hagan daño”, añade.

Los accidentes automovilísticos, su preocupación ÁNGEL FLORES/AGENCIA ES IMAGEN
Los accidentes automovilísticos, su preocupación
ÁNGEL FLORES/AGENCIA ES IMAGEN

Los lugareños observan de lejos, al igual que los policías vestidos de negro que vigilan los campos; aunque su presencia no ha disminuido los ataques ni lo robos.

En Santa María Oxtotipan, junta auxiliar del municipio, la presencia de los huachicoleros lo cambia todo: desde la forma de llegar a los campos de cultivo, hasta la manera de cruzar las calles. También la compra y venta de gasolina.

En dos o cuatro ruedas, así se transportan los huachicoleros

En Santa María Oxtotipan, a cinco minutos del tianguis que se instala en la localidad desde la época prehispánica, no carecen de nada.

El agua potable es abundante, la luz eléctrica se encuentra en cada uno de los hogares, las calles en su mayoría están pavimentadas y no tienen baches ni desperfectos en su infraestructura.

El transporte público llega hasta la demarcación con el acceso más difícil. Su ubicación entre carreteras federales que conectan a otros municipios como Los Reyes de Juárez, Tecamachalco y  Palmar de Bravo (focos rojos en robo de combustible), es su principal verdugo.

Los huachicoleros aprovechan la zona para operar. Su estrategia consiste en huir entre las avenidas de este sitio; lo cual ha cambiado la forma de vivir aquí.

Para los agricultores de la zona es más seguro –pero no fácil– llegar a sus tierras caminando que en cualquier medio de transporte.

Por las madrugadas, los campesinos, dedicados a la cosecha de hortalizas como cilantro, suelen acudir a sus sembradíos, a esas horas les suministran el agua para el riego, y es en la oscuridad cuando se han encontrado con quienes comparan con el diablo.

Ese ente maligno capaz de arrasar con todo a su paso, como lo han hecho en los últimos años. Las estadísticas de los crímenes perpetrados en este territorio se desbordan.

De acuerdo con cifras oficiales, en los municipios donde se registra la perforación de ductos de manera ilegal, 3 de cada 10 homicidios dolosos son ejecutados con arma de fuego.

En Tepeaca, no sólo sus camionetas les son arrebatadas en un abrir y cerrar de ojos, o en el peor de los casos cuando son abordados por los chupaductos encañonándolos como en el resto de las demarcaciones municipales donde se registra el robo de combustible.

“¡Hasta las bicicletas se han robado!”, acusan.

Es por ello que para llegar a sus sembradíos han preferido hacerlo a pie y ya no en algún vehículo, aunque les sea necesario.

Saben que jamás recuperarán sus camionetas, dicen, serán abandonadas en otros municipios o quemadas por los bandos contrarios.

Mientras, sus dueños viven con el miedo de que en caso de ser aseguradas por las autoridades sean relacionados con los delitos cometidos con ellas.

“No te queda más que pasar a un ladito e ignorarlos. ¿Nosotros qué podemos hacer?”, lamentan.

 “¡Hasta las bicicletas se roban!”, exclaman los campesinos que prefieren caminar para llegar a sus sembradíos que exponerse a perder dos ruedas. JAFET MOZ/AGENCIA ES IMAGEN
“¡Hasta las bicicletas se roban!”, exclaman los campesinos que prefieren caminar para llegar a sus sembradíos que exponerse a perder dos ruedas.
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Los perros, víctimas de los huachicoleros

El aullido de dos canes rompió la calma de la calle Francisco I. Madero.

“Apenas tenían cinco meses, ni nombre tenían”, recuerda Eugenia, habitante de Santa María Oxtotipan.

Los perros callejeros o los que duermen fuera de casa también han sido afectados por la presencia de los chupaductos.

Tres niños salían del preescolar acompañados de sus mascotas, al cruzar la avenida cuatro camionetas a gran velocidad huían con los contenedores llenos de diésel y gasolina.

Ambos perros fueron arrollados por los vehículos ante la mirada atónita de los pequeños y el temor recién sembrado para los padres de familia.

“Si atropellan seguido a los perros, ¿qué esperan los niños? Un día de estos va a ocurrir una desgracia”, advierten los habitantes que, a diferencia de los campesinos,  para quienes los chupaductos son sólo un mito.

“Dicen que son los huachicoleros, a nosotros eso no nos importa, nos preocupan los niños que salen de la escuela, porque al principio se aparecían en las madrugadas, pero ahora a toda hora”, asegura una madre de familia.

El rumor va de boca en boca, se riega como la pólvora y aunque alcanza a hacerse visible, sigue como un rumor.

Se cristaliza en las camionetas abandonadas durante la madrugada y que al día siguiente aparecen sin ser reclamadas, en el ruido –similar al de los arrancones de autos de carrera– de los vehículos al pasarse los topes y derrapar por el pavimento, y también en el tráiler que una vez custodiaron por horas militares.

JAFET MOZ/AGENCIA ES IMAGEN
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Así se compra el combustible

Son las 12 de la tarde. En una camioneta tipo Pickup cargan baldes de hidrocarburo, parecieran ser los chupaductos que cargan con el producto hurtado, pero son los compradores que han decidido adquirir los litros de diésel o gasolina a un menor precio al de los establecimientos de la paraestatal.

—¿Y cuánto pagan por la gasolina? Se dice que 8 pesos el litro —se le pregunta a un poblador.
—No, mucho menos que eso. A veces hasta a 6 pesos, depende. Te ahorras un buen, pero lo malo es que afecta tu automóvil con el tiempo, esa es la desventaja, pero mientras es fácil.

—¿Pero cómo la adquieres? ¿es como un mercado interno, sólo entre pobladores?
—Ellos son los que te ofrecen, te preguntan ¿Cuántos litros vas a querer?, pero eso sí, tú los tienes que cargar, por eso la camioneta que viste hace rato. Te llevan a sus contenedores y tú compras lo que necesites, si te llevas muchos litros pues es mejor.

—¿Llevas tu envase o te lo venden aparte?
—Los envases son lo que menos les importa, te los regalan. Tú sólo eres el encargado de llevártelos a tu casa. Por eso ves las camionetas estacionadas en las casas que cargan con los contenedores llenos; fueron a comprar a los huachicoleros.

  • ••

Los huachicoleros son quienes comercializan el combustible robado. Los chupaductos son altos, musculosos, visten playeras sin mangas, pantalones de mezclilla a la cadera.

Perforan los ductos que se ubican entre los campos por las madrugadas, entre 1 y 2 de la mañana, a sus costados portan un arma larga que cortarán la respiración a quien se cruce por su camino.

 

 

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