La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Estoy leyendo un libro de Bob Stanley (escritor, periodista y crítico musical en The Guardian y The Times) que se titula Yeah! Yeah! Yeah!
Es un libro de buen tamaño y buena factura que intenta desmenuzar, quizás con demasiada prisa, el nacimiento y la evolución de la música pop.
El autor resume: la música pop es toda aquella que apareció y sigue apareciendo en los charts (en las listas) de popularidad radiofónica.
La música pop-ular. La que vende millones de discos y marca un hito.
Para Stanley, la irrupción del disc jockey en las estaciones de radio es el momento en el que aparece el pop; cuando termina la segunda guerra mundial y se vuelve oneroso contratar bandas que tocaran en vivo desde las estaciones de radio.
También para Stanley, los géneros que abarcan el pop son variopintos. El pop irrumpe un poco antes del “Rock around the Clock” de Bill Haley. El Country ya era pop. El pop ve su génesis con el jump blues, el R&B y se corona con las baladas lacrimógenas del peor Elvis Presley. El progresivo inglés (tan elaborado y barroco y saturado de cambios que se pierden en un track de 25 minutos) es pop. El punk, la música disco, el beat, el soul, el funk, la psicodelia, el glam, el soft rock, el hard rock, el metal, el trance, el rap, el hip hop, el grunge… ¡uff! Hasta llegar a lo que hoy conocemos como música Indie, es pop.
Todo aquel sonido que llegue a las masas. Que las masas bailen, canten, que a las masas desgarren y desgañiten, eso, eso es pop.
Yeah, Yeah, Yeah!
El título es un guiño evidente a la influencia beatleniana en el pop, y en sus páginas se desprende un tufo puritano que defenestra al jazz por no ser una corriente que enloquezca a la perrada.
Puede ser que, como el propio autor menciona en algún momento del libro, su recelo se deba a que “no le entra, no lo comprende”. Y está bien, ya que el jazz es, sin duda, un arroz que se cocina aparte si tomamos en cuenta los criterios de verdad que utiliza Staney.
Si el pop es todo aquello que incendia los mega Hertz de las estaciones radiales, el jazz está fuera, ya que el jazz, por una suerte quizás de esnobismo, no es para todos.
Existen, claro, conteos y hacedores de listas (como en toda actividad que se preste al ninguneo) especializados en cernir la pipitilla, es decir, separan la crema para darle espesura basada en cifras. Dinero. Finalmente el “éxito” de un músico también se pervierte en la máquina centrífuga que arroja más plata. Aunque sigo pensando que, al menos en los géneros que Stanley pone de lado por no ser tan pop-ulares, sí existe una crítica un poco menos inclinada al escarceo con la usura y a los elogios cuatachistas.
Ahora dejo a un lado el libro de Stanley, pero no el pop. No lo dejo porque vivimos rodeados de pop. Vivimos oyendo pop todo el tiempo…y en verdad hay joyas increíbles. Me declaro una recurrente del pop actual: en el carro repito esa cancioncita de Major Lazer que se llama Lean on y hasta he hecho videos infames con su coreografía.
Mi pasado me precede.
La primera canción que aprendí en la infancia fue Life is Life, el “one hit wonder” de Opus. Mi papá me regaló el LP y terminó más rayado que mi cuaderno de caligrafía. Amaba poner mi disco por sobre todas las cosas. También amaba levantarme un copete en forma de ola hawaiana fijado con un esperpento azul llamado Aquanet.
A partir de ese momento (a mediados de la década de los 80) no dejé de escuchar pop nunca, aunque muchas veces lo he repelido. Pero si lo que dice Stanley es cierto, entonces he vivido en el error al asumirme como rockera de hueso colorado. Entonces soy popera. Siempre lo he sido. ¡Nací el año en el que Michael Jackson sacó Thriller, y he sobrevivido!
Soy adicta al pop desde que tuve en mis manos una grabadora roja con micrófono y hacía comerciales contra la calvicie con música de fondo de Cindy Lauper.
Mi primer novio fue mi novio sólo porque se parecía a Bob Geldof.
El pop tiene su propio lenguaje, que no es muy ajeno al que se escucha en las escuelas o en los lugares de trabajo. La música influencia al idioma y al revés. También, muchas veces, lo degrada.
Hoy, por ejemplo, me encontré el nuevo video de Fergie, que se llama M.I.L.F
Para quien no esté familiarizado con el término, MILF quiere decir: Mom I'd Like to Fuck, es decir, “una mamá a la que me cogería”.
Antes no se les llamaba MILFS. Esta es una palabra que nació hace poco, y por sí sola es muy popera.
En la historia de la humanidad han existido siempre las MILFONAS, que representan al arquetipo de diosa entradita en carnes (y madre de familia) que levanta pasiones entre la muchachada.
La mamá de Cindy Crawford, Joan Crawford, apodada la “Mamita querida”, era una MILF.
En los setenta la MILF por excelencia fue la Señora Robinson, de la película “El graduado”, quien hace las delicias de un imberbe Dustin Hofman.
Otra MILF célebre es la actriz Jennifer Coolidge, que interpreta a la Mamá de Stifler en la saga de películas American Pie.
Pero el término emerge escencialmente del mundillo porno, en el que se ha dado un lugar especial a todas aquellas mujeres que sobrepasan determinada edad (que son madres) y aún siguen provocando braguetazos entre los varones.
Cuando se dispara la fiebre del rock ‘n roll, las buenas conciencias de siempre se horrorizaron porque era un ritmo con una altísima carga sexual. Las letras trataban básicamente de chicas, autos y reventones.
Pero yéndonos un poco más para atrás encontramos que en todas las etapas de la historia, la música ha sido un vehículo de propagación sensual, pues el fin intrínseco de la música profana (y del arte en general) es exaltar la voluptuosidad.
Ahí tenemos a Ravel con su “Bolero”; pieza encargada por la bailarina Ida Rubinstein para un ballet, que surgió en la cabeza y en la batuta del buen Maurice, como una melodía obsesiva (un ostinato en do mayor) que se repite una y otra vez sin ninguna modificación salvo los efectos de los instrumentos en un crescendo, y que sólo al final culmina con una modulación a mi mayor y con una coda estruendosa.
A esta pieza se le han montado infinidad de coreografías, pero quizás la mejor y la más erótica fue la de Maurice Béjart, en 1961.
Por desgracia existen artistas (no sólo músicos o escritores) a los que se les ubica por una sola obra. Se les encasilla en el mercado de “lo popular” por una pieza que en su momento conmocionó (aunque sea una obra menor). Es el caso de Ravel, quien todo el mundo lo conoce por su Bolero, el que pareciera su “one hit wonder”, aunque tenga mejores composiciones como la Pavanna para una infanta difunta.
Luego entonces, por su aceptación rotunda entre el público (conocedor y lego) el “Bolero” bien podría ser un precedente arcaico del pop, y la danza de Bejart, la “coreo” más cachonda de la década de los 60.
El pop inauguró abiertamente, y para horror de las feministas ortodoxas, la era de la imagen femenina como el chivo de oro dentro del supermercado del sexo.
Hoy se lucha contra ello. Se lucha y no…
Parece una guerra perdida, o más bien, un asunto negociado.
La tregua está expuesta. Los acuerdos son tácitos.
Las Mrs. Robinson de ayer, que ejercieron una sensualidad libre y desparpajada, son las MILFS de hoy.
Son las madres “pop” que manan leche y mucha, mucha miel…
