Con una votación de 52-48, el Senado de Estados Unidos ha confirmado a Robert F. Kennedy Jr. como secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos, un cargo de gran responsabilidad en el sistema de salud del país. Conocido por su activismo antivacunas y sus posturas controversiales sobre diversas áreas de la salud, Kennedy se convierte en la figura clave que dirigirá la mayor agencia de salud pública en Estados Unidos.

Rechazo y alarmas en la comunidad científica
La confirmación de Kennedy ha generado gran preocupación dentro de la comunidad científica. Su historial de promoción de teorías conspirativas y su postura negativa sobre la seguridad de las vacunas han levantado serias críticas, especialmente por su influencia sobre políticas públicas de salud. En su discurso de investidura, Kennedy afirmó que su nombramiento era una respuesta divina y acusó a las instituciones sanitarias de robar la salud de los niños.

Posturas polémicas sobre la salud pública
A pesar de asegurar que no eliminaría las vacunas, Kennedy ha cuestionado su seguridad y la falta de estudios exhaustivos. Ha manifestado su intención de reducir el presupuesto de importantes agencias como la FDA y los Institutos Nacionales de Salud (NIH). Este enfoque ha puesto en alerta a expertos en salud pública, quienes temen que la caída en las tasas de vacunación pueda desencadenar brotes de enfermedades previamente erradicadas.

La oposición dentro de su propio entorno
El nombramiento de Kennedy también ha sido rechazado por algunos miembros de su propia familia, incluida su prima Caroline Kennedy, quien lo calificó como un "depredador" que influye negativamente en los jóvenes. Además, las controversias sobre su comportamiento y sus declaraciones extrañas han incrementado el escepticismo sobre su idoneidad para el cargo.

Impacto en la política sanitaria de EE. UU.
Pese a las críticas y la controversia, Kennedy ha consolidado su apoyo entre los republicanos, particularmente por su postura en torno al aborto. Su nombramiento se enmarca dentro del giro ideológico de la administración Trump, lo que deja un panorama incierto para el futuro de la salud pública en Estados Unidos.

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