GERARDO GUTIÉRREZ
El presidente de Estados Unidos se echó para atrás en la imposición de aranceles generalizados de 25% a México y Canadá. Firmó el decreto con entrada en vigor el 4 de marzo y, tras una fuerte reacción de los mercados, apenas un día después lo suspendió hasta el 2 de abril. Es la segunda vez que hace esto, pero esta vez es más significativo.
Para el mundo entero, pero más aún en México, es fundamental seguir lo que está ocurriendo en Estados Unidos: la coyuntura sui géneris, sin duda decisiva, que vive su economía y, más importante aún, su democracia.
El paso atrás de Donald Trump, pero sin recular en la retórica de amenaza e intransigencia, está generando crecientes temores de que su política económica, sobre todo con las guerras comerciales que puede detonar (ya las hay con China y Canadá), lleven Estados Unidos a una estanflación o inclusive a la recesión. Lo contrario a la “era dorada” que prometía, empezando por “hacer a América accesible de nuevo”.
Por lo pronto, ya provocó un lunes negro en los mercados directamente asociado a una declaración de que una recesión era probable, como mal necesario de sus promesas de grandeza.
Wall Street no está de acuerdo: tuvo su peor día del año, con el índice S&P 500 cayendo 2.7%, borrando todas las ganancias obtenidas desde las elecciones del 5 de noviembre. Más afectado aún, el Nasdaq, ya en terreno de corrección (cuando hay baja de 10 a 20 por ciento desde el máximo más reciente), cayó un 4% adicional.
A fines de 2024, los grandes grupos financieros apostaban, en sus proyecciones, a otro año de fuertes ganancias, con inflación y tasas de interés a la baja, potentes motores de inversión como la inteligencia artificial y un nuevo Gobierno pro-negocios. Tal vez se pensó que se podía pedir a la carta del menú electoral heterodoxo de Trump: sí desregulación y menos impuestos; no a los aranceles, que, sin embargo, han sido “el saque” del presidente.
El caso es que, ahora, Wall Street Journal publica en primera plana que Wall Street teme que Trump arruine el aterrizaje suave. Es decir, al objetivo de la Reserva Federal, y de la administración de Joe Biden en su segunda mitad, de abatir la inflación con la amarga medicina de elevar las tasas o costo del crédito, pero sin provocar una recesión.
Para México, el riesgo no solo continúa: aumenta. A la amenaza arancelaria hay que añadir la de una recesión. Justo cuando aquí ya estamos cerca de una factura mayormente interna.
Aunque, cuando un amago reiterado no se cumple, inevitablemente pierde efectividad, o bien los afectados, en este caso principalmente México y Canadá, llegando al hartazgo, dejan el miedo para tomar decisiones.
Políticos demócratas y republicanos, lo mismo que empresas y cámaras, saben que son ilegales: por ley, estas medidas son competencia exclusiva del Congreso, excepto por razones de seguridad nacional, que no se cumplen por los argumentos expuestos del tráfico de fentanilo o migración salvo estirando demasiado la subjetividad. Más aún, el mismo Trump ha declarado frecuentemente que es una manera de abatir los déficits comerciales y de generar ingresos para compensar los recortes de impuestos que propone, lo cual es un sinsentido. Todo esto es una confesión involuntaria.
Aun si los aranceles nunca llegan a aplicarse, la incertidumbre, que puede durar todavía mucho tiempo, ya está teniendo un costo altísimo para nuestra economía en términos de inversiones y decisiones de las empresas.
Efectivamente, como ha dicho la presidenta Claudia Sheinbaum, es probable que México se salve de estos aranceles, ya que Trump ha anunciado que en abril impondrá tarifas recíprocas a todo el mundo: aquí, en términos del TMEC, prácticamente no las hay.
Sin embargo, no perdamos de vista que estamos ante un cambio de fondo en el panorama internacional y en la relación bilateral.