Por: Mtra. Marisol Aguilar Mier
El conflicto magisterial se encuentra en uno de sus puntos más álgidos. Los lamentables hechos ocurridos en Nochixtlán y en Juchitán donde perdieron la vida diez personas y resultaron heridas muchas otras más a causa de los enfrentamientos– al día de hoy aún no esclarecidos- han puesto en el escenario el ingrediente de la violencia.
Llevamos ya muchos meses siendo testigos de una disputa que parece no tener fin. Hay demasiados argumentos encontrados sobre le Reforma Educativa y las posturas se polarizan cada vez más.
Por un lado, el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) sigue sosteniendo que la evaluación docente no atenta contra los derechos constitucionales del magisterio y no tiene intención punitiva pues se trata de implementar un proceso en el que el ingreso, la promoción y la permanencia en los cargos docentes se base en criterios objetivos, transparentes e iguales para todos y se consideren los méritos y esfuerzo personal. Por el otro, los profesores disidentes sostienen que detrás de la reforma se esconde una estrategia perversa cuyo objetivo es la privatización de la educación y que se pretende despojarlos de aquello que han ganado tras años de lucha. Consideran que los procesos evaluativos definidos son injustos y descontextualizados y que sus prestaciones laborales se han visto seriamente afectadas, al poner el riesgo su estabilidad laboral y por consiguiente, económica.
Por su parte, el gobierno había asumido hasta hace muy poco una postura en la que no dejaba resquicios para el diálogo y mucho menos, para modificar ningún aspecto de la reforma. Mucho se ha hablado ya sobre la actitud del actual secretario de educación pública, Aurelio Nuño, a quien se acusa de poner por delante sus propios intereses y aspiraciones políticas utilizando un argumento ya gastado que gira en torno al “cumplimiento de la ley” y mostrando –según algunos- poco respeto por los docentes y el trabajo que realizan.
Y no han faltado también otros grupos radicales, partidos políticos y personajes de toda índole que han querido aprovechar el caos actual con el propósito de –como se suele decir coloquialmente- “jalar agua para su molino” y beneficiarse con lo que está sucediendo o podría suceder.
Y entre todas estas tensiones en juego ¿dónde queda la educación y sus propósitos? ¿Dónde quedan los niños y jóvenes? ¿A quién le importa qué aprenden o dejan de aprender el día de hoy en el aula mientras se siguen discutiendo todos estos aspectos? Pareciera que en medio de tanta disputa, lo verdaderamente importante ha quedado fuera del debate y ello es un grave error porque debiera ser la brújula para retomar el rumbo y resolver los conflictos. Si ese fuera el genuino interés de todas las partes implicadas, las discusiones irían por otro lado, las acciones tendrían otro sentido y las controversias serían de otra índole.
Debemos empezar por reconocer que el problema que enfrentamos, es decir, un sistema educativo a todas luces ineficaz es muy grave y ello tiene raíces muy complejas: a) la pobreza y la inequidad que no garantizan que la educación de calidad sea un derecho para todos; b) la forma en la que los sindicatos se han manejado mediante un régimen clientelar basado en la lealtad personal en medio de prácticas corruptas, opacas y burocráticas caracterizadas por el abuso del poder, el desvío de recursos y el cacicazgo; c) un Estado que no se ha preocupado verdaderamente por la mejora de la educación y que lejos de eso, la ha utilizado como moneda de cambio para sus propios fines, según el partido político en turno; y d) grupos de profesoras y profesores comprometidos que intentan hacer su trabajo de la mejor forma posible, entre miles de limitaciones, carencias y conflictos y que además hoy lo hacen ante una sociedad que los mira con desaprobación y desdén y que gracias a algunos medios de comunicación, les culpa del gran fracaso escolar que afrontamos.
La violencia y cerrazón que estamos padeciendo obedece a que está en juego la propia estructura de poder del sistema educativo mexicano. Como afirmaba recientemente la académica Blanca Heredia, Coordinadora del Programa Interdisciplinario sobre Política y Prácticas Educativas, “los perdedores más inmediatos de ese cambio son actores con enorme peso político y electoral: los líderes de los gremios magisteriales, así como el conjunto de funcionarios y políticos que dependen de o aspiran a obtener su apoyo para ganar elecciones”.
Hoy que han iniciado las mesas de trabajo entre la CNTE y la Secretaría de Gobernación en torno a los ejes político; educativo y social, esperemos que el criterio que se privilegie sea uno sólo: la mejora de la educación. Sin embargo, existen condiciones muy poco favorables para un diálogo que permita acuerdos en los que no se antepongan los propios intereses, sino a los niños y jóvenes a quienes directamente se está afectando pues si no se transforman las estructuras, las creencias y la mentalidad de todos los actores involucrados tendremos un cambio de forma y no de fondo, y con o sin Reforma las cosas seguirán igual. De mucha ayuda sería empezar por cambiar las posturas de blanco-negro y de todo-nada que hasta ahora no nos han permitido avanzar. El tiempo nos dirá si ganó la educación –y con ella todos nosotros- o si volvió a perder en el juego del poder.
La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
Este texto se encuentra en: http://circulodeescritores.blogspot.com
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