Por: Mario Galeana / @MarioG24H

 

¿Qué pensó Ignacio Zaragoza antes de morir? Que los franceses volvían. Que la guerra no había terminado nunca. Y, en un delirio provocado por la fiebre de tifoidea, también pensó que algunos de sus colaboradores más cercanos lo habían vendido.

Los llamó traidores.

Aquella mañana del lunes 8 de septiembre de 1862, el general conocido como el héroe de la Batalla del 5 de Mayo era sólo un hombre que agonizaba. Y a las 10 horas con 10 minutos se convirtió en un hombre muerto.

¿Qué pensó Ignacio Zaragoza antes de morir? Eso, que se encontraba rodeado de soldados franceses y después que peleaba en otra batalla, aunque en realidad sólo eran algunos de sus jefes y oficiales militares reunidos en torno a su cama.

Después creyó que, más bien, sus hombres y él se encontraban presos. Y con su último aliento de fuerzas, pidió su libertad: “¿Pues qué, también tienen prisionero a mi Estado Mayor? Pobres muchachos… ¿por qué no los dejan libres?”. Luego murió.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM), Zaragoza pensó todo lo anterior antes de caer en ese abismo del que no sale nunca.

Lo que jamás imaginó es que la capital del estado que alguna vez defendió cargaría con su apellido paterno toda la vida, aunque eso le costase el recelo de los ángeles y de su Iglesia.

Porque cuando el presidente Benito Juárez decretó que la Puebla de los Ángeles sería renombrada como Puebla de Zaragoza, medida que se hizo oficial el 25 de septiembre de 1862 en el Diario Oficial del Estado, la Iglesia católica y la clase social más rica e influyente de la ciudad consideraron el gesto del Ejecutivo nacional no como un genuino acto de reconocimiento, sino como una afrenta política.

Y para el cronista e investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) Eduardo Merlo Juárez, quizá lo era.

“La decisión fue, tal vez, con el ánimo de castigar a la gente de Puebla, por la no cooperación en la intervención francesa. Todo el país aportó algo: tropas, comida o suministros; pero Puebla, no. O lo hizo de forma muy simbólica. Había también mucha hostilidad. Cuando pasaban las carretas (nacionales) con bastimentos o municiones, habían zanjas en las calles (de la capital) que habían sido creadas adrede”, explica.

Cita 1

 

La invasión que Puebla quería

Es célebre la frase a la que recurren escritores, arqueólogos e historiadores respecto a aquella Batalla del 5 de Mayo. Dicen que Zaragoza, harto de la falta de apoyo por parte de un sector considerable de la sociedad poblana, bromeó, desde los Fuertes de Loreto y Guadalupe, que sería mejor apuntar los cañones hacia la ciudad y no hacia los invasores franceses.

“La gente rica –hacendados, fabricantes textiles– quería que los franceses llegaran tranquilamente a Puebla, y que las niñas poblanas se casaran con franceses. Había una idea generalizada de que todo lo que venía de Europa era excelente. Y seguimos, hasta hoy, pensando lo mismo, pero ahora no es con Europa, sino con Estados Unidos”, ironiza Merlo Juárez.

La capital del estado, como el país mismo, se dividía entre liberales y conservadores. Los primeros querían renovar la estructura política separando al Estado de la Iglesia, mientras los segundos optaban por mantener una monarquía, donde el rey fuera electo por aquellos que se consideraban los ojos, la boca y las manos de Dios en la tierra.

Y las diferencias los llevaron a la Guerra de Reforma, el conflicto de tres años “más sangriento que experimentó México desde 1824”, sostiene la autora de Poder político y religioso, Marta Eugenia García Urarte, al enumerar que “estaba en disputa la religión y sus fueros y la defensa de la República y sus libertades”, en relación a las Leyes de Reforma, que incluían tanto la apropiación de los bienes eclesiásticos, como la libertad de cultos, eliminación de fiestas religiosas y prohibición de pago de derechos parroquiales o diezmo.

“Esa es la culminación del conflicto entre la Iglesia católica y el Estado mexicano. El episcopado negó que apoyara al Partido Conservador, pero la verdad es que sí lo hacía”, sostiene Nicolás Dávila Peralta, autor de “Entre la fe y el poder. Los caminos de la Iglesia católica en México”.

El entonces obispo de Puebla, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, fue quien gestionó –desde el exilio, en Roma, dado que en 1856 fue expulsado del país– una intervención europea en contra del país, que inició en 1962 y por la cual se suscitó la Batalla de Puebla, de acuerdo con García Urarte.

“En la segunda intervención francesa, en la Batalla del 5 de Mayo, la sociedad se mantiene al margen. Puebla era una ciudad sumamente conservadora y por eso había mucho resentimiento contra Juárez y su ejército. Hubo sectores de la sociedad poblana que sí ayudaron, pero fueron muy pocos, como los estudiantes del entonces Colegio del Estado (hoy BUAP) que se unieron a Zaragoza y que defendieron el Templo de los Remedios”, añade Dávila Peralta.

Tras el triunfo de las fuerzas nacionales y el obligado repliegue de las tropas francesas hacia Veracruz, Zaragoza se convirtió en héroe nacional. Pero la muerte se lo llevó sólo cinco meses más tarde.

 

Zaragoza o los Ángeles

Frente a la lápida de Zaragoza, el 13 de septiembre de 1962, el poeta Guillermo Prieto recitó:

Y dijo Dios: morid; que la tiniebla
Envuelva para siempre esa existencia,
Y que no haya mortal que decir pueda
Yo hundí en la fosa al defensor de la Puebla
Héroe de Mayo: adiós

Fue luto nacional. Aquel sábado, el cadáver del general era custodiado por carruajes y ministros. En las calles de la Ciudad de México colgaban lazos negros y, al final, según el INEHRM, un historiador de nombre Joaquín Francisco Zarco Mateos se convirtió en profeta.

“Su nombre –dijo– no perecerá jamás, será transmitido a las más remotas generaciones, y figurará al lado de los de Hidalgo y de los padres de nuestra independencia”.

Hoy, el nombre de Zaragoza es también el nombre de Puebla. Ocho días después de aquella marcha fúnebre, un decreto del aún presidente Benito Juárez les decía a los poblanos que olvidaran a los ángeles y que se acostumbran al apellido del general.

Además de que Ignacio Zaragoza fue declarado “Benemérito de la Patria en grado heroico”, las hoy amarillentas páginas del Boletín Oficial del Estado, donde fue publicado el mandato del presidente, dan cuenta de que a las hermanas y a la madre del general se les dio una pensión vitalicia de tres mil pesos. Y, a partir de dicho decreto, la calle “Acequia”, donde el general vivió, también fue rebautizada como calle Zaragoza.

“Fue una imposición del presidente Benito Juárez. Quizá él quiso hacer justicia al nombre de Zaragoza, pero desde el punto de vista de los habitantes de la ciudad fue una arbitrariedad, porque nunca se les consultó”, señala el investigador Merlo Juárez.

¿Qué significaba la Puebla de los Ángeles para los capitalinos? A términos llanos, el comienzo de todo. De su ciudad, de una creencia, de una alegoría.

¿Qué significaba la Puebla de Zaragoza para los capitalinos? Un pasaje bélico. Y el final de esa creencia, de esa alegoría.

Pese a ello, las hojas de Cabildo de la época no reflejan una sola manifestación por parte del sector conservador contra el renombramiento de la ciudad.

Cita 2

Merlo Juárez asegura que, después de todo, en la actualidad casi nadie llama a la capital del estado como ‘Puebla de Zaragoza’ –a excepción de actos oficiales–, mientras que el ‘Puebla de los Ángeles’ ha sido un nombre imperecedero y, quizá, más místico.

¿Qué pensó Ignacio Zaragoza antes de morir? En que dejaran libres a unos “pobres muchachos”. Quizá hablaba de querubines.

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