Antes de convertirse en una de las tradiciones más arraigadas de la Navidad en México, las posadas tuvieron su origen en rituales prehispánicos ligados al ciclo solar y al calendario agrícola. Pueblos originarios del centro del país realizaban ceremonias durante los nueve días previos al solsticio de invierno, periodo en el que se celebraba el fortalecimiento del sol y la victoria de la luz sobre la oscuridad, explicó el maestro Alfredo Cruz Colín, jefe de Talleres Artísticos de la Ibero Puebla.

De acuerdo con el académico, uno de los primeros registros de estas celebraciones se ubica en el siglo XVI, en el convento agustino de Acolman, cerca de Teotihuacan, en el Estado de México.

El especialista señala que un fraile observó que las comunidades indígenas realizaban rituales asociados a Huitzilopochtli, deidad vinculada al sol, justo antes del 24 de diciembre, fecha en la que simbólicamente el astro comenzaba a recuperar su fuerza.

Al identificar la coincidencia con el nacimiento de Jesús, el religioso solicitó al papa permiso para integrar estas prácticas a la evangelización.

De esta manera, los rituales indígenas se fusionaron con la narrativa cristiana de José y María en busca de posada.

El investigador explica que durante el periodo virreinal, las posadas se celebraban principalmente en los atrios de las iglesias del siglo XVI, donde se realizaban procesiones con imágenes de los peregrinos.

Posteriormente se incorporó la letanía, mediante la cual se pide la intercesión de la Virgen para quienes participan en la celebración.

Con el paso del tiempo, la tradición sumó elementos festivos como el reparto de frutas, dulces y aguinaldos, así como la piñata, que llegó desde China y fue resignificada en México con un simbolismo católico: la estrella de siete picos representa los pecados capitales y el acto de romperla simboliza el esfuerzo por vencerlos.

Aunque el sentido religioso permanece en muchos hogares, hoy las posadas también son un espacio de convivencia y encuentro comunitario. Para Cruz Colín, este carácter colectivo mantiene viva la tradición, al permitir que familias y amistades se reúnan para cerrar el año y fortalecer los vínculos sociales.

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