A un año de la administración de Alejandro Armenta Mier, para el 2026 tiene como principal reto garantizar la gobernabilidad, y dar un golpe de timón en la conducción del Gobierno.

Alineado al proyecto de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, el mandatario estatal tiene la oportunidad de participar en el juego sucesorio presidencial como carta de los gobernadores.

Una competencia fuerte en la carrera sucesoria lo será la línea dura de Morena de Andrés Manuel López Obrador con la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada.

Pero desde Palacio Nacional siguen empujando la opción del senador con licencia, Omar García Harfuch, quien enfrentó el veto de AMLO para ser el abanderado de Morena en 2024 al gobierno de la Ciudad de México. 

Empero, en el Top Cinco de los estados más importantes gobernados por Morena, no pueden descartar a los gobernadores morenistas.

Destacan por su población y actividad económica el Estado de México, Veracruz y Puebla, importantes bolsas electorales para las elecciones federales y locales del 2027 y las de 2030.

Aunque el mandatario poblano se auto descartó para competir en Morena por la candidatura presidencial, las circunstancias políticas son cambiantes y nadie puede descartarse.

Para trascender del ámbito local y adquirir mayos presencia nacional, el Gobierno de Armenta necesita despojarse del ADN aldeano del marinismo que los encadena a un caciquismo político local.

Es un imperativo para el gobernador fortalecer el plan de gobierno para el estado que trascienda y se convierta en un referente nacional que compita al tú por tú con estados como la Ciudad de México, Jalisco y Nuevo León.

El reto es implementar los mejores proyectos de desarrollo para Puebla con las mejores políticas públicas exitosas, abandonar la improvisación y las ocurrencias.

En un año de Gobierno está demostrado que el equipo de colaboradores en el gabinete legal y ampliado, junto con mandos medios, son de muy bajo perfil y no le ayudan al gobernador en su proyección.

Es insostenible mantener a secretarios como al de Gobernación (Samuel Aguilar Pala), sin operación política que le garantice a Armenta gobernabilidad; tan gris como lo fue en el Instituto Poblano de la Vivienda a la sombra de Óscar Aguilar González. 

Ocurre lo mismo con el titular de la SEP, Manuel Viveros Narciso, un lastre para el sector educativo del Gobierno morenista.

Mantener secretarios, subsecretarios y mandos medios sólo por compromisos de cuota partidista, amistad, afecto personal y parentesco, no ayuda a la proyección estatal y nacional de un mandatario.

No hay en el equipo de Gobierno quien elabore líneas de estrategia y desarrollo ideológico en línea con la 4T; pocos pueden aportar en este rubro funcionarios, como Silvia Tanús.

Sí puede imperar la ortodoxia en el ejercicio de Gobierno, pero no debe porque el estado y el país requieren de un modelo de desarrollo plural a favor del estado.

El Gobierno debe flexibilizar las relaciones con las fuerzas “progresistas” de “izquierda”, con la sociedad civil, y una política de tolerancia con los medios de comunicación, que favorezca la gobernanza.

Que sí el Paseo Bravo en comodato, la pelea del siglo de la secretaria de Deportes, que el Fórum Pensar en Grande, las faenas, etcétera, están bien, pero no deja de ser aldeano. 

El Gobierno morenista no puede seguir con un partido oficial inexistente, sometido a la operación política del estado; sin dirigentes partidistas destacados, Morena está condenado a ser una bolsa de trabajo, un negocio de vivales e inoperante como fuerza política.

El 2026 será importante porque es la antesala de las elecciones intermedias del 2027, pero la suerte no está echada en este proceso electoral, lo fundamental es consolidar un Gobierno exitoso para lo que viene en el 2030.

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