Escribo esto con el corazón en la mano, pero esperando que la razón esté por delante.
Nací en el corazón de la sierra norte, en Huauchinango.
Crecer en esos lugares me permitió ver como algunas costumbres se volvían inadecuadas y algunas cosas inadecuadas se hacían costumbre.
Era normal construir en la ladera, junto a la barranca o acabar con el “monte” para sembrar maizales. A nadie sorprende vivir junto al río, al fin que “es un arroyo, nunca crece; y cuando crece, no crece mucho, no mucho”.
La deforestación en la región se volvió “normal”, ya fuera para aprovechar la madera o para sembrar maíz, que sólo alcanzaba para el autoconsumo o para recibir subsidios. La madera fue un negocio de pobladores y caciques.
La administración actual optó por impulsar cadenas productivas que recuperarían el bosque. En eso estaban cuando cayó la tempestad. Ojalá no pierdan el impulso.
De lo que cuento, malos ejemplos hay muchos:
Hace no mucho tiempo, una organización campesina instaló una colonia justo donde el río desborda. Esa colonia se inundó.
Conocí Xaltepec hace bastantes años; su cerro estaba deforestado por sembrar maíz.
Hace un par de años visité Cuacuila, una población afectada, pero cuyo riesgo es todavía mayor a lo que ya sucedió. Caminando entre maizales, un lugareño me dijo: “este señor si sabe trabajar la tierra: tiene maíz, calabaza, frijol”. Caminábamos sobre una ladera que hace unos 20 años era bosque, ahora no se si aún exista.
Buena parte de la gente del sur y el oriente de la cabecera municipal vive donde no debe: casas en barranca, en el monte, ya fuese con casas de madera o de “material”, como le llaman. La cumbre, la mesita, la joya, entre otras colonias. La pobreza pero también la ignorancia y la mala fe de algunos, hicieron de esto algo normal y ahora trajo la muerte ¿Quién se ha beneficiado de esto? Quien lo hace, ha jugado con la vida de la gente, ha revendido muchas veces los predios, tiene nombre y apellido y es corresponsable superior de esta tragedia.
Hace más de una década, un presidente intentó un ordenamiento ecológico del territorio: quiso hacer zonas habitacionales en terrenos forestales. Afortunadamente PROFEPA no se lo permitió. Era un negocio, que exacerbaría los daños y riesgos.
Aunque en Huauchinango es normal la lluvia, esta vez llovió como nunca. Lo que llovió en un día fue 25 % mayor al máximo histórico anterior. Hay quien ha escrito, desde el desconocimiento, que las presas estaban a su máxima capacidad; en realidad las presas en estas temporadas están en niveles bajísimos como medida preventiva. Lo pude ver pocos días antes. Pero, además, la mayor parte de los daños fue por el agua que cayó entre unas presas altas (Tejocotal y Omiltemetl) y otras bajas (Necaxa, Tenango, Nexapa), no hubo derrames y las presas controlaron parte del flujo. Si no, la catástrofe sería mucho mayor aguas abajo. Tener las presas 100 % vacías de nada hubiera servido.
Varias personas de la zona han intentado hacer aprovechamientos forestales, lo que evitaría muchos riesgos. Sin embargo, el decreto modificatorio del Área Natural Protegida tiene dos años esperando ser publicado y permitir estas actividades. Las oficinas centrales de CONANP no han emitido el decreto, que ya estuvo en consulta pública.
Lo que viene es un gran reto: Hay que reconstruir, pero empezar por cambiar costumbres, modos de vida, formas productivas y de construcción.
No dudo que falte el trasnochado que pugne porque la gente siga la tradición de sembrar milpa en la ladera, aunque ya se haya visto que ello trae la muerte.
Los gobiernos deben apostar por una agresiva campaña de reforestación, buscar zonas estables, sin riesgos de deslaves y estabilizar las zonas de riesgo.
El reto es enorme y abarca no sólo a gobierno, sino sociedad. Pero hay que hacerlo bien e informados. En la emergencia, algunos particulares, con buena intención, abrieron albergues que no cuentan con las medidas sanitarias necesarias. Queriendo hacer un bien, podrían estar en realidad afectando a quienes pretenden ayudar.
Es necesario darnos cuenta de que ayudar no debe ser sólo una buena intención, sino la forma. De no ser así, seguramente veremos gente construyendo de nuevo en ladera, o quitando más monte con ayuda de los vecinos.
Es momento de cambiar las costumbres y recuperar la masa forestal, aprovecharla de forma sustentable y darle valor agregado. Hay que impulsar al turismo, que genera ingreso y evita que la masa forestal se pierda en nombre de la falsa tradición “revolucionaria” de sembrar maíz.
Hay que hacer que las costumbres vuelvan a ser adecuadas y que lo adecuado se vuelva costumbre. Si no es así, no habremos entendido la lección de la tragedia y esto se repetirá sin remedio.