Hace tres años, Lucía fue operada de un quiste de 1.5 kilos de su vientre; hoy, perdió su casa debido al paso de Earl; sin embargo, se niega a dejar lo que aún queda

 

Por Guadalupe Juárez

Xaltepuxtla, Tlaola. Sola. Doña Lucía siempre ha estado sola. La muerte ha tocado su puerta, primero en forma de cáncer, cuando un quiste de kilo y medio le sobresalía del vientre.

Hoy, con la tormenta tropical Earl que azotó la Sierra Norte.

—¡Sálvenla, está sola! —gritaban un grupo de trabajadores del centro turístico Splash la noche del sábado 6 de agosto.

La Sierra Norte poblana se deshacía en pedazos.

—¡Sálvenla! —se escuchaba entre la penumbra.

Lucía estaba durmiendo cuando los gritos de alerta la despertaron. Las cobijas con las que se cubría ya estaban empapadas y el agua le llegaba a la cintura.

Tomó una bolsa de plástico, segura de que las actas de nacimiento de sus tres hijos estaban a salvo. A tientas buscó refugiarse con uno de sus hijos, en una casa ubicada arriba de la loma. Horas después se percató que la bolsa que defendió a capa y espada no contenía sus documentos.

“Yo estaba necia con mis documentos. Y no quería salirme, me gritaban que ya estaba el agua. Ya cuando estuve a salvo revisé: eran papeles de la escuela de mis hijos, pero las actas de nacimiento y la cartilla militar de mi hijo se fueron con  el agua”.

Hoy, a 10 días de que Earl provocara que la lluvia de un mes cayera en un día, Lucía Velázquez duerme junto al río que perdió su cauce, bajo una casa improvisada.

“No me voy porque esta es mi casa. Toda mi vida he vivido aquí y así seguiré. Yo creo que otra lluvia así y no la cuento. Pero, ¿qué le hacemos?”

RICARDO RODRÍGUEZ / AGENCIA ES IMAGEN
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Xaltepuxtla es una de las 10 juntas auxiliares del municipio de Tlaola –declarado zona de desastre por los daños causados por Earl–, ubicado a una hora de Huauchinango.

El sábado 6 de agosto se veía cubierta por un alud de tierra. Los troncos de árboles y restos de pinos sobre la carretera dejaron incomunicadas a cientos de familias.

Autos varados, un centro turístico bajo los escombros.

Lucía recuerda que al día siguiente que vio la zona destruida, bajo el lodo, aunque sus pies se hundieran y pareciera que pesaba tres veces más, fue para ver su casa construida de madera.

La tierra mojada cubría los tres cuartos y el baño. El agua se llevó 10 de sus gallinas, dejó inservible sus camas y los pocos muebles que tenía. Ahora yacen bajo el sol con la esperanza de que se sequen.

“Mi hija ya me reprochó que por mi culpa no va a entrar a la secundaria, pero estaba segura que había salvado los papeles correctos. Ahora veré cómo le hago para recuperarlos”.

RICARDO RODRÍGUEZ / AGENCIA ES IMAGEN
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Hace tres años Lucía observó que su vientre estaba abultado. En un inicio pensó que era la edad la que estaba haciendo que su cuerpo cambiara.

“No me dolía nada. Nada. Sólo que cuando las personas me decían que estaba embarazada me preocupé porque no era así”.

La mujer de 40 años se toca el vientre, revive la operación quirúrgica del tumor en sus ovarios que por poco le quitó la vida.

Dice haber burlado la muerte dos veces, pero no así la pobreza y la falta de oportunidades.

En los minutos de la charla, Lucía cierra los ojos con fuerza, asegura que la quimioterapia a la que se sometió le provoca que su cuerpo pierda voluntad.

Los deseos de trabajar y obtener “algo de dinero” la han llevado a bordar servilletas, las cuales posteriormente vende.

Camina sobre el lodo seco en lo que queda de su casa. Al lado hay una fogata con madera podrida para llamar la atención de la ayuda humanitaria que llega a las comunidades afectadas y que pasa sin detenerse.
“Aquí estoy sola, nadie me viene a apoyar. Dicen que a mí no me pasó nada. Yo creo que sólo que me vieran muerta entonces ahí sí tal vez vendrían a ayudarme. Pero ahorita necesito una despensa y ropa seca. Yo sé que están los albergues, pero aquí están mis cosas. No puedo dejarlas así”, dice con la voz quebrada por el dolor.foto1

Un grupo de personas de la misma comunidad limpian los restos de su hogar. Observa.

Su mirada es de nostalgia.

RICARDO RODRÍGUEZ / AGENCIA ES IMAGEN
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