En su búsqueda frenética y obsesiva por la Presidencia, el candidato ha sido frecuentemente llamado populista. No es que le guste la etiqueta, pero tampoco la ha rechazado.

El candidato pelea a menudo con los medios. A la mayoría de los periodistas que le piden una entrevista la desprecia. Él sólo se siente cómodo hablando con uno que otro de ellos.

Afirma que los medios lo tratan mal. Que dicen mentiras sobre él. Que han estado dedicados a apoyar a sus rivales y que son tan corruptos como ellos.

Al candidato le da por insultar a sus rivales. De hecho no los ve como rivales sino como enemigos. Les pone apodos, a veces empleando diminutivos.

Suele dividir el mundo entre quienes piensan como él y lo apoyan a él… y todos los demás. Nunca acepta que se equivoca hasta cuando es evidente que lo hace. Dice que no miente aun cuando es obvio.

Es dado a hacer suyas distintas teorías de la conspiración. Incluso ha llegado a decir que existe una poderosa mafia detrás de algunos engaños.

El candidato presidencial tiene un ego muy desarrollado. Eso lo lleva no sólo a querer ser siempre el centro de la atención, a no delegar y a minimizar la opinión de los demás sino también a no atender los consejos sinceros de quienes le dicen que la está regando.

Se ve que es de los que piensan que más vale que hablen de él aunque sea mal. Por eso, a menudo no cuida lo que dice. Y en semanas recientes se ha notado cómo van creciendo las opiniones negativas que el electorado tiene sobre el candidato.

Hace unos días, hablando de algo que había predicho, declaró que él siempre había tenido la razón. También ha comentado que, como político, nada lo puede destruir.

Cuando el candidato está arriba en las encuestas y siente que su campaña trae buena racha, desdeña los debates. Cuando va abajo, quiere debatir todos los días y no acepta que pueda haber otros programas en la televisión que interesen más a la gente que ver a políticos de distintos partidos insultándose.

No le gusta hablar de sus finanzas. El candidato parece creer que si revela los detalles de cómo vive y cómo obtiene su dinero, alguien puede usar la información en su contra.

Un aspecto que se reserva de forma especial es cuántos impuestos paga, lo que lleva a los suspicaces a decir que no paga los que debe.

Su medio de comunicación favorito es Twitter. Todos los días aparecen tuits escritos por él mismo, muchas veces cargados de rencor y burla.

Aunque su discurso suele tener tintes negativos, al candidato le gusta verse a sí mismo como un hombre optimista. De hecho, usa mucho la palabra optimismo para describir lo que dice, cuando muchos lo perciben como pesimista.

La contradicción es otra de sus facetas. Un día dice una cosa y al día siguiente puede decir lo contrario. Tal vez no se dé cuenta.

El candidato tiene una evidente fobia por lo extranjero. O quizá es que le gusta el terruño y sólo confía en lo que siente próximo y conocido. Llevada al discurso político y económico, esa posición puede ser calificada de proteccionista. Cree que sus conciudadanos no necesitan ayuda de otros países.

Y desprecia el libre comercio, especialmente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que, jura, ha hecho daño a su país.

No necesita haber ocurrido la elección para que el candidato hable de fraude. Está seguro de que le van a hacer trampa.

Este conjunto de hechos, entre otros, ha llevado a los rivales del candidato y a muchos más a sostener que, de ser elegido, sería un peligro para su país. Pero, últimamente, un número creciente de personas parece haber dejado de tomarlo en serio. Al menos, lo han bajado del primer lugar en las encuestas.

Permita usted que sea el hombre al que el candidato busca suceder quien opine sobre por qué pasa eso: “No necesito hablar más sobre Donald Trump. Cada vez que él lo hace argumenta en contra de su propia candidatura” (Barack Obama, citado por The Washington Post, 16 de agosto de 2016).

 

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