La alternancia pacífica en la Presidencia de la República en el 2000 es el acontecimiento más relevante en la historia moderna de México, calificado por la prensa internacional como el arribo a una “verdadera democracia”. Fue la consolidación de un largo proceso que comenzó con victorias de la oposición al PRI en municipios hace más de 70 años, pasando por las gubernaturas hace 27 años para, finalmente, arribar al Ejecutivo federal con el primer presidente impulsado por el PAN.

Sin embargo, después de 16 años de esa consolidación de la alternancia partidista, los mexicanos expresan gran insatisfacción con su sistema político. Y cada vez se manifiestan más insatisfechos.

Al parecer, desde el año 2000 las expectativas de los mexicanos no han sido alcanzadas por los gobiernos de diferentes partidos. El informe Latino-barómetro de 2006 señaló que 41% de los mexicanos estaba satisfecho con su democracia. Para 2015, el mismo informe ubicó a México como el país con el nivel más bajo de satisfacción: sólo 19% de los mexicanos dijo estar satisfecho con su democracia, lo cual implica un descenso constante que alcanza 22% en tan sólo nueve años.

Esta tendencia, al parecer, no se revertirá en los últimos tres años de gobierno de Enrique Peña Nieto por varios factores: el entorno internacional, fallas de cálculo político, escándalos políticos y errores de comunicación.

En el entorno externo se combinaron la caída de los precios internacionales del petróleo y el fortalecimiento del dólar –con la consecuente devaluación del peso mexicano– para condicionar la capacidad del gobierno de Peña Nieto en el cumplimiento de las expectativas de crecimiento económico y de beneficio al bolsillo de los mexicanos. Esas esperanzas fueron generadas por las promesas del propio gobierno a partir de las reformas estructurales de 2013.

La realidad que vive la población en 2016 es de desencanto: el incremento al precio de las gasolinas se reactivó, situación grave si se toma en cuenta que en 2015 el propio presidente anunció el fin de los “gasolinazos”. La situación ha conllevado también a incrementos en los precios de la energía eléctrica, que golpean los bolsillos de amplios sectores de la población.

La visita de Donald Trump –recio y agresivo crítico de los inmigrantes en Estados Unidos y cuya principal promesa de campaña presidencial es la edificación de un muro fronterizo para imposibilitar la entrada de mexicanos indocumentados a su país–, promovida por el propio equipo del presidente Enrique Peña Nieto, ha generado un amplio rechazo de la población en general, así como de la clase política y académica de México.

El plagio en la tesis de licenciatura del presidente Peña Nieto que acusó una investigación periodística de Carmen Aristegui, acusación que en otros países ha repercutido en la dimisión de presidentes, en México sólo ha sido considerado por el presidente como un problema metodológico y no un robo o fraude. El asunto desgasta aún más la credibilidad y legitimidad del presidente.

Como errores de comunicación pueden considerarse el tono del discurso presidencial y los productos de campaña de gobierno que se realizan desde el Poder Ejecutivo federal. Está fuera de tono porque niega la realidad que percibe la mayoría de los mexicanos, es un discurso triunfalista y de abatimiento de los problemas económicos y de seguridad que vivimos en general, que “vende” el beneficio de las reformas estructurales, pero que no percibe la población en sus bolsillos. Fuera de tono, porque no considera el entorno internacional difícil, que condiciona la capacidad de la economía nacional de crecimiento.

Estos factores explican la amplia desaprobación que registra el desempeño del presidente Enrique Peña Nieto, que lo ubican con rangos muy altos de desaprobación que van desde 63 a 70% (Excélsior 28/08/2016; El Universal 04/07/2016).

Con estos indicadores es posible predecir que la insatisfacción de los mexicanos con su democracia crecerá para el 2016 y 2017, y que seguiremos en último lugar en lo referente a satisfacción con la democracia entre los países de la región latinoamericana. Y el problema no es el hecho de quedar en último o primer lugar, sino las señales de pérdida de legitimidad y la promoción de una cultura de cinismo político que, de acrecentarse, construirá una situación irrefutable de Estado fallido.

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