El fin de semana, durante su visita a Villahermosa, el jefe de Gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, puso sobre la mesa las opciones que tiene el Partido de la Revolución Democrática (PRD) de cara a la sucesión presidencial de 2018.
El PRD, dijo Mancera, debería apostar por construir un “bloque de izquierda”, con el Partido del Trabajo y Movimiento Ciudadano, en lugar de distraerse con la discusión sobre potenciales alianzas con el PAN o con Morena.
Lo que Mancera fue a decir a Tabasco –la tierra de Andrés Manuel López Obrador– es que el PRD no debería andar buscando fuera de casa lo que ya tiene en ella. Fue un claro “hey, aquí estoy” dirigido a las corrientes perredistas que coquetean con sumarse a Acción Nacional o a Morena para la elección que tendrá lugar dentro de 21 meses.
Hasta que Agustín Basave dejó la dirigencia nacional perredista, el 2 de julio pasado, parecía que el PRD se encaminaba a la continuación de las alianzas con el PAN, especialmente luego de los triunfos que ambos alcanzaron este año en las elecciones de gobernador en Durango, Quintana Roo y Veracruz.
A raíz de que Alejandra Barrales asumió la presidencia del partido, la estrategia a seguir no ha estado tan clara. Lo que se ha escuchado, sobre todo, es la demanda de distintos grupos de explorar la conformación de una alianza con Morena, pese a los muchos desaires de López Obrador.
No queda claro si ese llamado es sincero o es parte de una estrategia para sabotear la formación de una coalición electoral con el PAN en el Estado de México a fin de disputar la gubernatura en 2017.
Lo cierto es que el PRD se encamina a 2018 sin dar muestras de cómo quiere competir. Peor aún, sin saber qué es lo que desea ser.
¿Quiere ir solo a la elección? ¿Quiere encabezar una alianza con fuerzas menores? ¿O quiere ser parte de una coalición –junto al PAN o a Morena– donde, necesariamente, cumpliría el papel de segundón?
Al parecer todo dependerá de la correlación de las fuerzas internas, pues el PRD no ha dejado de ser ese conglomerado de intereses, representados por sus tribus, que sólo se ha fortalecido desde el partido que dejó de ser tripulado por un hombre fuerte.
En 27 años de vida, el PRD ha ido a cuatro elecciones presidenciales, llevando como candidato a sólo dos personas: Cuauhtémoc Cárdenas, en 1994 y 2000, y López Obrador, en 2006 y 2012.
Alejados ambos del PRD, los militantes de ese partido se enfrentan, por primera vez, a la posibilidad de elegir a alguien distinto de uno de ellos dos como su aspirante presidencial en 2018.
Sin embargo, dicha libertad es relativa, pues, en momentos de discusión interna, los perredistas siguen volteando a ver a Cárdenas o a López Obrador para inclinar la balanza.
En ese sentido, la madurez ha llegado tarde a las filas del PRD, que se comporta como un adulto de 27 años de edad, quien, corrido de la casa paterna y obligado a vivir solo, no sabe qué champú comprarse.
Sus opciones son arrimarse a la sombra de otro árbol o tratar de crecer por cuenta propia.
La candidatura de Mancera le ofrece esta última opción, aunque el jefe de Gobierno todavía tiene mucho por hacer para fortalecer su propia posición y volverse competitivo.
Buscapiés
El jueves 1, unas horas después de que Donald Trump había visitado Los Pinos de forma intempestiva, escribí en este espacio que la única razón por la que la Presidencia de la República pudo haber extendido la invitación al candidato republicano fue para atemperar el riesgo país. Fui el primero en apuntarlo, y lo que me guió a sacar esa conclusión fue el simple descarte de las demás opciones. Al parecer tuve razón, pues un poco más tarde, el secretario de Hacienda reconoció su participación en el encuentro de Trump con el presidente Enrique Peña Nieto. Lo que nunca dije es que la existencia de un motivo equivalía a que la invitación haya sido una buena idea o, menos aún, un éxito. Eso habrán de determinarlo, con su reacción, los mercados. Ya veremos si coinciden o no con la enorme mayoría de los mexicanos, que piensa que el episodio fue un desastre.
