La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

 

La mayor parte de mi adolescencia y mi primera juventud me lo pasé obsesionada con Roger Waters. A mi parecer, el Pink Floyd que continuó sin él debió llamarse “The David Gilmour’s band” o algo así.

Pink Floyd sobrevivió hasta The Final Cut. Luego los trabajos solistas de Waters tuvieron unos altibajos tremendos. A él también lo alcanzó el horror ochentero con Radio Kaos: un álbum lamentable, lleno de loops y tonadas simplonas. Lo mismo que le pasó a Genesis cuando perdió a Peter Gabriel.

Con The pros and cons of hitch hiking logró reivindicarse un poco a pesar de seguir en el mal viaje de The Wall, ya que si tenemos un poco de oído podemos percatarnos que muchos de los remates de sus rolas, que son horas (una especie de homenaje involuntario al maratónico día de Leopold Bloom) culminan con los primeros acordes de “In the Flesh?”.

¿La repetición de sí mismo con la variante de meterle un poco de humor negro al invitar a Yoko Onno a treparse a una moto?

Ya lo creo que sí.

Si la variación es una suerte de repetición, ¿cómo pedirle a Waters que renuncie a los abismos del “post war dream” y de las guerras venideras con Amused to Death?

Imposible. Aunque en esta ocasión sí alcanza a coronarse como  un paranoico obseso. Perfect sense  es el botón de muestra que, además de volar pozos petroleros, es capaz de reconquistar a sus huestes perdidas…

 

Los artistas (y más los de grueso calibre) suelen ser un bastión de causas generosas. A lo largo de su vida a Waters le han quitado el sueño la guerra, la represión, la muerte. No es lo que podríamos llamar un activista de tiempo completo, pero de unos años para acá, desde que su ópera Ça ira pasara sin pena ni gloria por las garras de la critica, el ex líder de Pink Floyd no ha salido ileso de esa otra critica que lo lapida cotidianamente cuando suspende sus conciertos y conmina a otros artistas a unirse a sus causas.

¿Más “The Wall”?

Van der Graaf Generator tuvo una reunión hace dos años, y no precisamente con el afán de evocación de los tiempos de gloria, sino que arribó a los escenarios con nuevo disco. Una joyita para los nostálgicos del sonido estridente de las cuerdas vocales de Peter Hammill.

Bob Dylan, ese venerable anciano, sacó a finales del año pasado un álbum-homenaje a Frank Sinatra. Bastante cursi, pero conmovedor.

Mick Jagger continúa dando saltos por los escenarios. Ya no es más el drogón sensacional de “Simpathy for the devil”, pero intenta permanecer y refrescar el repertorio ya sea uniéndose a Joss Stone y al hijo de Bob Marley, o con sus sempiternos compas, Keith Richards y Ronnie Wood.

Por su parte, hemos visto en repetidas ocasiones a Robert Wyatt en su silla de ruedas emergiendo del inframundo, haciendo duetos con Gilmour y con el difunto Bowie respectivamente.

¿Quién más?

Peter Gabriel, como mi vieja mula, ya no es lo que era. Pero por lo menos se ha dedicado al rescate de portentos tribales asiáticos y africanos. Rescatar a Nusrat Fateh, sin duda, lo reivindicó luego de salir lesionado de las fauces del cachalote ochentero que se tragó a muchos.

Entonces, ¿qué le pasa a Roger Waters?

A principios de este siglo, re apareció con la gira Dark side of the Moon. Un espectáculo imperdible. ¿Luego? Dos o tres singles bastante menores para películas ñoñas como “The Last Mimzy”.

¿Qué más?

Su fugaz reencuentro con los viejos Floyd en el Live8, para inmediatamente planear otra pantagruélica gira: The Wall.

Hoy Roger Waters está cumpliendo 73 años y amenaza con escribir una autobiografía, además viene a México con una gira (sí otra más) con… ¿qué? ¿Qué le vamos a escuchar de nuevo al galán otoñal que con los años abandonó la ceniza adolescente para convertirse en un clon de Richard Geere?

¿La versión 2.0 de sí mismo con la bonita etiqueta de “the dark side of the fucking Wall (Reprise)?

Todo apunta a que para allá va.

Una pena, sobre todo para quienes no lo conocen en su faceta de solista.

Mientras eso no suceda, los viejos fanáticos (ciegos y fieles a la causa) seguiremos llenando sus conciertos para recordar que, al final, todos seguimos siendo hijos de una madre de corazón atómico.

Feliz cumpleaños, querido Roger.

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