Por: Mario Alberto Mejía

Yo venía de salir de Sexenio luego de una temporada de cuatro años, gracias a la generosidad de Gerardo Islas Maldonado. Pepe Hanan me planteó un nuevo proyecto periodístico. Dije “sí” desde el primer momento. Tras varios encuentros con el empresario Antonio Torrado, en la Ciudad de México, empezó a cocinarse la posibilidad de hacer en Puebla un periódico ejemplar: 24 Horas. Toño Torrado convenció a sus socios y pronto nos vimos en una espiral conocida: la de armar la redacción con los mejores reporteros.

El primer nombre que cruzó por mi mente fue el de Ignacio Juárez. Recordé que era director editorial de El Popular. ¿Qué tan dispuesto estará Nacho de entrar a un nuevo proyecto?, pasó por mi cabeza. En esa reflexión estaba cuando sonó mi WhatsApp. Cosas del destino borgeano: el mismísimo Nacho me preguntaba si un día de éstos podríamos reunirnos. Le respondí en el acto: pon hora y lugar.

Nos vimos. Me contó que acababa de renunciar a El Popular y que quería saber qué tramaba. “Tu salida de Sexenio no es gratuita. ¿Qué estás urdiendo?”, me dijo. Le hablé del tema que traía en las manos. Se puso feliz. Empezamos a trabajar en el proyecto. Varios nombres surgieron de esa conversación. Ninguno conocido. Queríamos jalar a reporteros con experiencia. No había. La mayoría había abandonado el reporteo para convertirse en columnistas. Nunca en Puebla había habido tanto columnista. La mayoría, faltaba más, recaía en los tópicos más comunes. Todas esas columnas empezaban y terminaban igual. Desechamos a todos. ¿Dónde buscamos? Abajo de las piedras, propuso Nacho.

De ahí salieron, con edades que fluctuaban entre los veinte y los veintiún años, las jóvenes promesas. Los entrevisté en el Camino Real del Centro. O lo que era el Camino Real del Centro. La timidez se impuso en sus rostros. Sólo miraban. Largas pausas se imponían. Yo miraba a Nacho absolutamente angustiado. Él me devolvía una sonrisa de seguridad. Algunos de ellos habían iniciado con él en El Popular.

Les pedí una muestra de su trabajo. Aterrado, me encontré con largos párrafos que perdían la nota. Sus crónicas conducían a ninguna parte. Había frases por ahí que dejaban ver ciertas lecturas. Nacho me convenció que podrían dar con el tiempo buenos campanazos. Le creí. Le dije que cuando menos no estaban maleados. Siempre es preferible un reportero bisoño, concluimos. Más vale que aprendan con el tiempo a que formen parte de mafias conocidas y mediocres.

Uno de esos reporteros escribía en un periódico local. Se mostró interesado al principio. Yo también. Nos urgía tener cuando menos un reportero medianamente experimentado. Y aunque su prosa era porosa, sabía distinguir el quién del qué. Fracaso absoluto: vía telefónica nos dijo que prefería seguir en su periódico. Dijo algo así como “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Qué bueno que no se fue a 24 Horas. No recuerdo ni su nombre. En cambio, los nuestros –los bisoños que guardaban largas pausas– son hoy reconocidos en otras redacciones. Dos de ellos –Lupita Juárez y Mario Galeana– han crecido en un año lo que muchos otros en una década. Hacen de todo: notas, crónicas, reportajes, entrevistas. Sus prosas han madurado terriblemente bien. En las mesas no faltan quienes me hablen de ellos elogiosamente. Otros nombres se integraron con niveles sorprendentes: Serafín Castro, Luis Conde, Charlie Anzures... En esa misma zona navegan nuestros irremplazables y cultísimos editores: Carlos Limón, Rosaura García, Augusto Reynoso, Jorge Pérez...

Pedro Ángel Palou y Alejandra Gómez Macchia trajeron la literatura –la buena literatura– a nuestro trabajo, así como la aguda visión periodística de Ricardo Morales. Hoy por hoy, nuestra apuesta resultó. Jugamos todo por los novatos de pausas terriblemente largas. Son nuestro orgullo más logrado.

Dulce Liz Moreno quemó sus naves en Playa del Carmen y se integró al equipo. Muchas cosas le dio a la redacción. Su enseñanza fue brutal. Nos dio los bríos que nos estaban haciendo falta. Nacho Juárez y ella hallaron la piedra de la locura, pero también dieron con la fórmula del orden y la disciplina. Como subdirector, Nacho es el faro que guía a los antiguos bisoños a enfrentar las olas más rupestres.

Dulce Liz ya no está entre nosotros. Fiel a su destino, dejó esta embarcación en su mejor momento. No sabemos dónde esté. Algo es seguro: seguramente estará enseñando a varios a pescar un pez espada.

La parte gráfica fue también otra revelación. Tenemos a los mejores diseñadores gráficos de Puebla. Lo que les pedimos nos lo regresan notablemente aumentado. Ellos también tienen nombres y apellidos: Rubén Hernádez, Valeria Bautista, Isart García Cano. En la zona de la web velan sus armas Raúl Pancardo, Humberto Pérez, Sandy Limón y Jonás de la O teje las producciones de audios y videos. Beatriz Gómez le da el rostro a la noticia cotidiana.

Dejé a Pepe Castañares al final porque tengo mucho que agradecerle. No es la primera vez que su cámara le da estilo a los proyectos en los que he participado. Voz y estilo. Voz, estilo y carácter. Es, sin duda, el mejor fotógrafo de la prensa poblana. El más creativo. El que busca, como nosotros, debajo de las piedras. Con él llegaron otros seres indispensables: Tania Olmedo y Ángel Flores. Personajes talentosos como pocos. Ellos son los que visten la casa que habitamos y desde la que queremos seguir hablando y gritando hasta quedarnos mudos.

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