Bitácora
Por Pascal Beltrán del Río
NUEVA YORK.- Desde hace décadas, ha existido la expectativa de que el voto latino en Estados Unidos se convierta en una fuerza capaz de decidir quién gana posiciones claves en la geografía política del país, incluida la Casa Blanca.
Si fuera por el mero crecimiento demográfico, hace rato que los “hispanos” —como se denomina aquí ambiguamente al grupo poblacional que tiene raíces en América Latina— tendrían que haber cumplido el papel de fiel de la balanza en las votaciones en muchos estados, incluso a nivel nacional.
El factor que lo ha impedido es su bajísima participación en los comicios. Sólo en la elección presidencial de 1992 alcanzó 50 por ciento. Como grupo demográfico, los latinos son quienes menos van a las urnas, superando únicamente a los estadunidenses de origen asiático.
Sin embargo, este año podría ser el del despertar político de la población latina. El discurso xenófobo de Donald Trump ha provocado un surgimiento en el registro de latinos para votar.
En estados que tienen estadísticas de empadronamiento por origen étnico —como Georgia y Carolina del Norte— se ha revelado que el ritmo al que se están registrando los latinos supera al de los blancos y otros grupos demográficos.
Parecería que la candidatura de Trump es justamente el acicate que la comunidad latina necesitaba para dar pasos, como adquirir la ciudadanía estadunidense y empadronarse. Falta ver, claro, si ese entusiasmo se reproduce el 8 de noviembre, día de las elecciones presidenciales.
Por lo pronto, el diario The New York Times publicó por primera vez un editorial en español, llamando a los latinos a participar en el proceso.
“El voto latino puede ser la diferencia” es el título del texto que apareció ayer domingo en la página 10 de la sección Sunday Review del rotativo, que contiene artículos de opinión, reportajes y una recopilación de los asuntos de la semana anterior.
Los mensajes de Trump en su campaña “han ofendido y asustado a los latinos, uno de los segmentos de mayor crecimiento”, afirma.
Y agrega: “Si la estrategia de fomentar la xenofobia termina siendo una movida brillante o desastrosa de un candidato que ha desdeñado todas las leyes de la gravedad política, dependerá en gran medida de cuántos de los 27 millones de hispanos que pueden votar acudan a las urnas (…).
“Los 56 millones de latinos —un tercio de ellos menores de 18 años— están cambiando el futuro de Estados Unidos en aulas, lugares de trabajo y barrios. Sólo es cuestión de tiempo para que su huella en el sistema político del país se ajuste a sus contribuciones en otras esferas. Ese momento debe ser ahora”.
A mediados de septiembre, el mismo periódico hizo una investigación para tratar de entender por qué los latinos han sido tan reacios a participar en los comicios y hacer sentir así su peso demográfico.
Concluyó que la curva del crecimiento poblacional de los hispanos coincidió con el declive de la acción de las maquinarias partidistas para el reclutamiento, mismas que elevaron la participación de otras comunidades, como los negros, los italianos y los irlandeses.
No es la pobreza o bajo nivel educativo el que aleja a los latinos de las urnas, apuntó el estudio, sino la falta de costumbre familiar de interesarse en la política, el principal motivador para votar. Y, de hecho, el grupo demográfico menos inclinado en ir a las urnas es el de los de origen mexicano que tienen 30 años de edad o menos.
Falta poco más de un mes para saber si el mayor activismo —y acciones simbólicas como la publicación del editorial de The New York Times— provocarán que más latinos acudan a las urnas.
El peso político de ese voto no sólo dependerá de su número global, sino también de su capacidad para incidir en estados clave que decidirán la elección (hay que recordar que para ganar la Presidencia de Estados Unidos se requiere ganar al menos 270 de los 538 votos electorales que se asignan por estado).
Se trata de Ohio, Pensilvania, Carolina del Norte, Virginia, Colorado y Florida. Si el voto latino resulta determinante para definir quién gana en esos estados —y, con ello, resolver quién llega a la Casa Blanca—, ese grupo demográfico habrá dado un salto gigantesco hacia el reconocimiento que merece en Estados Unidos.