Figuraciones Mías

Por: Neftalí Coria

Por fin está en mis manos una novela que quise tener y desde hace mucho tiempo deseaba observar con un cuidado y una curiosidad nada saludable. Y en ese gusto, paso estos días mirando de cerca los personajes que en esa historia maravillosa viven. Me refiero a El museo de la inocencia del turco, Premio Nobel de Literatura 2006, Orhan Pamuk (Estambul, 1952).

Desde que fue reconocido con tan estruendoso premio, comencé a acercarme a su obra y leí de inmediato lo que pude conseguir en nuestra lengua y se convirtió para mí, en un novelista al que decidí frecuentar.

Hace algún tiempo recibí como regalo un libro que desde entonces no he dejado de lee de manera intermitente, ese libro es El novelista ingenuo y el sentimental, que reúne las seis conferencias que Pamuk diera en Harvard y que es un libro equivalente al Arte poética de Borges y al de Seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino, que contienen esas seis conferencias que la poderosa Universidad compra a los escritores más importantes de las distintas lenguas. Las de Borges, las de Calvino y las de Nabokov las recuerdo como piezas extraordinarias y aleccionadoras disertaciones que considero fundamentales para la historia del pensamiento literario. Las conferencias de Pamuk, no son menos valiosas y tienen esa sencillez que algunos autores en su madurez suelen alcanzar. Escritas con ductilidad, como también podemos encontrar en sus novelas y me viene a la memoria ese otro libro suyo maravilloso llamado Estambul, en donde están sus recuerdos y su vida ante esa ciudad de la que Pamuk, ha construido toda una mitología digna de recorrerse entre sus novelas y sus libros de pensamiento y memorias.

Pero vuelvo a esa relación que hice entre una de sus conferencias y esta novela que ahora por fin podré paladear a toda paciencia. Me explico: Una de las conferencias tiene el título “¿De verdad todo eso le pasó a usted señor Pamuk?” y el autor de El astrólogo y el sultán, dice que cuando publicó en su patria por vez primera El museo de la inocencia, tuvo una muy buena y numerosa acogida y recibió –según afirma–, muchas cartas de los lectores de la novela. Y la particularidad del caso, es que en cada una de las cartas, estaba la misma pregunta, como si todos los que le escribieron se hubieran puesto de acuerdo. La pregunta era: “¿Señor Pamuk, es usted Kemal?” que es el nombre del protagonista de la novela. Y me inquietó porque en la conferencia, trata de responder esa pregunta y lo hace de tal modo, que desde la primera lectura, despertó en mí esa curiosidad que con el tiempo siguió creciendo y nunca, hasta hoy se ha detenido. Y ha crecido la inquietud en mí sobre el misterio de ¿Quiénes son los personajes que construimos en las historias que escribimos? ¿De dónde llegan para formar parte de esa nueva realidad en donde la argucia de quien la escribe decide su destino? Hasta he pensado que no somos los que escribimos, quienes decidimos el destino de los personajes y me he llegado a convencer que hay algo incomprensible en todo esto y son ellos, los personajes, los que nos arrastran por esa calle sin salida de la desesperación al escribir. Mi preocupación por indagar llegó hasta los límites que se convirtieron en la necedad que sólo encontró respuestas en la escritura de mis últimas tres novelas.

La novela de Pamuk a la que me refiero –El museo de la inocencia– sucede en Estambul. Es una historia de amor que se vuelve tan atractiva, como tal vez muchos quisiéramos haber vivido una con toda sinceridad y entrega. Es el joven Kemal miembro de la burguesía turca, que se enamora de una prima lejana suya llamada Füsum. Y como en todas las grandes historias de amor no ocurre la conclusión por los amantes esperada y pocas veces esas historias desembocan a la felicidad. Y aquí lo que me inquieta sobremanera, es por qué todos creyeron que el héroe de la novela, era el autor. Tengo tres respuestas que al menos, tal vez expliquen mis permanentes preguntas: 1) La narración cumple con la naturalidad precisa del momento histórico. 2) El personaje es tan atractivo, que todos se identifican con él y su entrega al amor y aventura es envidiable. 3) El autor es contemporáneo del personaje y la figura prototípica  de un escritor es parecida al héroe de esta novela, aunque éste no escriba.

Orhan Pamuk en su conferencia al respecto de esta inquietud mía, resuelve con destreza las múltiples variantes de la relaciones autor–personaje de una manera magistral.

Y mi curiosidad irrevocable por explorar en los orígenes de los personajes en la escritura de la novela y el teatro me sigue manteniendo ocupado. En una de mis novelas, también quise indagar dónde están las raíces de mi poesía, pero sobre todo de dónde diablos vine yo, para escribir la historia de esos seres hermosos o abominables con la facilidad que da la imaginación y la memoria, y que al igual que Orhan Pamuk, difícilmente podré explicar su origen. Y como él, lo único que he podido deducir, es que no soy yo mis personajes aunque lo deseara, ni convenceré a nadie que crea lo contrario.

La verdad del lector es así, como el líquido en las manos y así, como el agua que corre, es la literatura también para el que escribe.

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