Después de no verse por décadas, 100 adultos mayores se reunieron con sus familiares que radican en Estados Unidos gracias a un programa estatal que financia el viaje y estancia

 

Por Guadalupe Juárez 

Domitila Ávalos todavía no desciende del camión y ya extraña las risas y abrazos de sus hijos, a aquellos que no veía desde hace 20 años y los pequeños que no conocía.

La mujer de 82 años no alcanza a recordar qué edad tenían sus hijos cuando dejaron la comunidad en Santa Cruz Huitziltepec, en Molcaxac, Puebla, en busca de una vida mejor, del llamado sueño americano. Pero sí están presentes las risas, “esas no cambian”, dice.

¿Cumplieron su sueño?, se le pregunta. “Sí, porque tienen lo que aquí no iban a lograr. Yo también cumplí el mío…”, relata, mientras su voz se quiebra y una lágrima rueda por su mejilla entre las huellas que dejó el paso del tiempo en su piel.

A pesar de que es recibida con aplausos, flores y palabras de cariño de sus familiares, quienes esperaban con ansías su regreso a Puebla, su rostro se ensombrece y mira hacia atrás, quizás no le alcance el tiempo para volver a Estados Unidos para reunirse con la otra parte de su vida.

Los 20 días que pasó con sus seres queridos en Los Ángeles, California, no igualan los 20 años de ausencia, los abrazos no dados o los mensajes de aliento en momentos difíciles, sin embargo;  asegura que guardará en su memoria los recuerdos de esos días, su estancia en Las Vegas, su paseo en Disney World, su recorrido en el mar, las sonrisas y abrazos de sus seres queridos. Ahora son su tesoro.

 

Raíces que dan alas

Al igual que Domitila, 99 adultos mayores más viajaron a Los Ángeles como parte del programa estatal Raíces de Puebla, el cual financia el boleto de avión, la estancia y la gestión de una visa para que visiten a sus hijos y nietos que radican en la unión americana, aquellos que también cumplieron sus sueños pero con un precio: dejar a su familia.

“Los edificios eran muy altos”, “Ya está enorme la niña”, “están contentos y les mandan saludos”, son parte de las experiencias que comparten con sus seres queridos, quienes esperaron su regreso y ahora los reciben con más abrazos y regalos tras 20 días fuera del país.

 

Lágrimas de gusto

Alejandro, Olivia, Edith y Emmanuel, contabiliza primero para sí misma María Roberta Luna Salazar –como para  asegurarse de que no se le olvida un nombre más–.

La mujer de 65 años de edad narra cómo fue el encuentro con sus cuatro hijos a 20 años de despedirlos de Cuantinchán, Puebla. El municipio donde no veían un futuro para ellos.

“Fue muy bonito verlos, siente uno algo… es una sensación que no puedo describir… todos estábamos muy contentos. Los dejé ir cuando eran unos niños de 14 y 15 años de edad, muy chiquitos, y ahora que los veo ya son hombres”, agrega a unas horas de regresar a su comunidad natal y con la esperanza de que vuelvan a ser elegidos en unos años más para visitar de nuevo California.

Roberta dice sentirse bendecida porque no sólo pudo ver a sus hijos, sino que además consiguió que su visa se extienda para poder viajar a Estados Unidos sin contratiempos.

“Ya sólo nos falta conseguir el dinero, pero ya estamos del otro lado. Eso es lo importante”. Su felicidad se extiende en una sonrisa y pide un abrazo, aunque la hayas conocido hace cinco minutos, “es que debo compartir esta felicidad, es algo muy bonito, muy bonito”.

 

Se cumplieron nuestros sueños

Las cámaras y micrófonos se enfocan en la familia de María García Vélez, de 83 años, que le dieron la bienvenida con flores y porras.

Apenas pone un pie debajo del autobús, sus nietos corren a abrazarla. Ella divide su corazón: en los seis hijos que no veía desde hace 20 años porque radican en Estados Unidos y en los seis hijos que viven con ella en San Buena Aventura, en Tecali, Puebla.

“Los 12 son mis hijos, pero la otra mitad no estaban aquí, los extraño mucho. Lo bueno es que ya nos ayudaron a cumplir nuestros sueños y nos pudimos reunir después de mucho tiempo”, cuenta mientras sus otros familiares la abrazan y besan.

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La palabra “abuelita” le da fuerzas –dice– porque es la prueba de que todos sus sueños se cumplieron.

“Todo lo que ellos se propusieron se les cumplió, aunque sufrieron para pasar, ya están allá y son alguien, ahora trabajan y tienen todo lo que alguna vez deseamos. Esperamos que vuelva a verlos”, pide la mujer que todavía es asediada por las cámaras de videos para que les otorgue una entrevista. La de su experiencia en California.

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