La Loca de la Familia
Por Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
La ciudad de Puebla es reconocida por ser cuna de grandes platillos coloniales, sus bellas edificaciones y las impolutas reputaciones de su “gente bien”.
Para un poblano de cepa no existe mayor orgullo que ser señalado como hijo de los ángeles que custodian Catedral.
Pero en defensa de las virtudes divinas se han cometido actos dignos de cuento de Edgar Allan Poe, quien hoy cumple años de muerto.
Uno de los mitos más escalofriantes que literalmente construyen la moral poblana, es aquel que cuenta cómo en el ex convento de Santa Mónica, ubicado en el centro de la Angelópolis, fueron halladas una buena cantidad de momias. Y ustedes dirán: ¿Qué tiene de extraordinario el hecho? Lo extraordinario no es que hayan estado momificadas, sino la forma, la posición y la función que desempeñaron los cuerpos para “sostener” la buena reputación de la Santa Iglesia y las familias que vieron nacer a dichas monjas…
¿Qué?
Descubren momias de monjas y fetos humanos emparedados en un convento.
¿Cuándo?
En 1934.
¿Dónde?
En el Convento de Santa Mónica, ubicado en la calle 18 Poniente No. 103, ciudad de Puebla.
¿Cómo?
Dos detectives enviados desde la Ciudad de México que llevaban tiempo investigando los hechos, hicieron los quiebres pertinentes sobre uno de los muros del convento hallando un sinfín de cadáveres del sexo femenino (presuntamente monjas) acompañadas (cada una) con uno o más fetos a sus pies. Los cuerpos fueron escondidos entre los muros aproximadamente en 1924, año en el que Plutarco Elías Calles fue electo como presidente de México.
Luego de que los investigadores dieran parte de su informe, se encontró también un cristal sobre el piso donde se exhibían más fetos que podían ser observados por los visitantes del convento.
Para 1968 los fetos y las momias emparedadas fueron trasladados al Centro Regional del INAH.
¿Por qué?
Las élites religiosas suelen excusar estos crímenes argumentando que en ese tiempo se vivía una incesante “persecución de la Iglesia”.
Las versiones no oficiales y del dominio público cuentan que las monjas que caían en pecado y quedaban preñadas eran envenenadas a término de su embarazo causándoles la muerte tanto a ellas como a los nonatos. Una vez muertos ambos (bebés y monjas), eran emparedados para no ser descubiertos.
¿Para qué?
La gente común especula que de no estar reforzados los muros por todos esos cadáveres, el convento se hubiera venido abajo desde hace mucho tiempo.
Es por eso que muchas voces maledicentes juran que los conventos de Puebla están construidos no encima, sino entre un cementerio de almas pecadoras.