El “paraíso” de los aztecas correspondía al tipo de muerte ; los fallecidos por agua iban al Tlalocan, mientras que las parturientas iban al Tonatiuhichan
Por Serafín Castro
Para las culturas prehispánicas de México, el recorrido de las personas no acababa con la muerte, pues creían que tras fallecer, el alma iniciaba un largo camino para encontrar el lugar del descanso.
Según la creencia, muchos eran los obstáculos que el alma debía atravesar para llegar hasta obtener el reposo. Por ejemplo, señala la coordinadora de las academias de Historia y Filosofía del Tec de Monterrey, campus Puebla, María Elena Romero Murguía, habría que cruzar un caudaloso río con la ayuda de un perro, lugares con vientos de navajas, bestias que devoraban el corazón, entre otros.
Para estas culturas existía un destino diferente para los muertos de acuerdo con la forma en en que falleciera la persona.
Al Tlalocan, el cielo de Tláloc, se dirigían las almas de las personas que tuvieron una muerte relacionada con el agua: los ahogados o muertos por un rayo.
Se creía que para llegar a este lugar, las almas debían enfrentar un camino peligroso dividido por el lugar de una culebra y el del viento de navajas. No obstante, narra la investigadora, el Tlalocan era considerado un paraíso con abundancia en flores, frutos, diversión, cantos, fiestas y agua.
A Tonatiuhichan, o la Casa del Sol, llegaban las mujeres que morían en labor de parto y los hombres que fueron sacrificados o que perdieron la vida en la guerra.
En este lugar, los guerreros eran elegidos para acompañar al sol desde su nacimiento hasta el mediodía. Mientras que las muertas durante el parto, que también eran consideradas guerreras por la lucha que dieron al dar a luz, acompañaban al sol desde el mediodía hasta el atardecer.
A Chichihualcuauhco, que significa lugar del árbol que produce leche, iban todos los niños que morían durante la etapa de la lactancia. Se creía que de las hojas de este árbol salía leche que servía para alimentar a los infantes.
LOS NUEVE NIVELES DEL MICTLÁN
Para las culturas mesoamericanas existía un escenario más: el Mictlán o lugar de los muertos.
A este acudían todas las demás personas que no pertenecían a ninguna de las categorías anteriores.
Para encontrar el descanso eterno en este lugar, indica la investigadora, el alma tenía que atravesar por nueve niveles para poder quedar totalmente liberada.
El primero consistía en cruzar una corriente de agua con la ayuda de un perro, para luego atravesar un lugar donde los cerros chocan entre sí, y así caminar por un cerro de navajas, así como un lugar con viento del mismo filo.
Además de transitar por un lugar donde los cuerpos flotan como banderas, otro donde flechan, un sitio con bestias que devoran el corazón, cruzar el lugar de la niebla que ennegrece el camino, para finalmente arribar a la “Mansión del Silencio, el lugar del eterno reposo”.
