“A lo único que le tengo miedo no es a morir, sino a no ser feliz”, comenta la joven sensación de la tauromaquia mundial, el peruano Andrés Roca Rey
Por Mario Galeana
El ruedo es un mundo distinto. El toro que bufa, la multitud que aclama, el corazón que se desboca. El ruedo, la plaza, son mundos distintos. Acaso más salvajes. Fuera, el otro mundo, el mundo real, “está regido por otras circunstancias, por la sociedad, por las leyes”, dice Andrés Roca Rey.
“En el ruedo estás en un estado salvaje. El mundo real no te permite ese estado”, reflexiona.
Cuesta trabajo pensar que este muchacho peruano de 20 años se juega la vida a diario en el ruedo. Pero Andrés Roca Rey es una de las promesas mundiales de la tauromaquia.
Andrés habla con un tono de voz bajo, pausado, que lo revela un poco tímido. Pero cuando uno lo imagina en el ruedo, con el toro que bufa, con la multitud que aclama, con el corazón desbocado, las primeras impresiones desaparecen.
Es irónico. Su mayor temor no es una cornada, ni siquiera la muerte. A lo que este muchacho –alto, de cabello castaño claro, afable– le teme más es “a no ser feliz”. Porque, al paso de su meteórica carrera, que inició a los 12 años pero que obtuvo fama mundial hasta los 19, ha llegado a sentirse a gusto frente a las bestias.
Es, dice, “un miedo bonito”. Aunque, “cuando lo superas, llegas a sentirte el hombre más feliz del mundo”, declara en los pasillos de la Acrópolis.
Curioso. Reporteros y aficionados con más de 60 años de edad se dirigen “de usted” a este joven peruano aficionado a la música ranchera, al que no dejan de decirle “matador” y “maestro”.
De no ser por los toros, dice, posiblemente se habría dedicado a ser cantante. “Me gusta el maestro José Alfredo, Vicente Fernández. Quizá, si hubiera sabido, me hubiera decidido a cantar”, comenta.
Pero no. Una larga herencia familiar, iniciada por su bisabuelo, lo une a la tauromaquia. Desde chiquillo acompañaba a su hermano a la escuela de toreros, en Perú, y a los 14 años partió hacia España para aprender de lleno el oficio.
De Roca Rey se sabía poco hasta hace unos años. Algunos se preguntaban qué había visto el icónico torero José Antonio Campuzano en este chico originario de Lima, hasta que lo vieron en acción.
Campuzano dice que siempre vio en Andrés “unas condiciones fabulosas para convertirse en figura del toreo”, dice. “Tiene 20 años, es un niño. Quizá ante la sociedad ya sea un hombre, pero en la vida es un niño. Pero, en todos estos años, no lo he visto flaquear un solo día”, indica su apoderado y ambos sonríen en una atmósfera cómplice.
La vida del torero
Andrés y el torero más importante de México, Joselito Adame, inauguraron el viernes pasado la Acrópolis como plaza de toros.
Apenas dos meses atrás, el peruano fue cogido en Palencia, España, por un toro que le causó traumatismo craneoencefálico. Y dice que sí: que la idea de morir en el ruedo le ha cruzado varias veces la cabeza, como si de una cornada se tratase.
“Yo creo que ésta es la profesión más bonita del mundo. Sé que la vida se puede acabar en muy poco tiempo, pero eso me ha hecho consciente de que hay disfrutar cada momento con los seres queridos”, suelta.
Las amenazas de muerte no provienen sólo del ruedo. Andrés asegura que, en sus redes sociales, activistas pro derechos de animales que se oponen a la tauromaquia le han repetido –una y otra vez– que el único que merece morir en el ruedo es él.
“Yo acepto sus puntos de vista. Lo que no acepto son esas ganas que tienen de que un humano, en este caso un torero, se muera”, replica.
—¿Crees que las corridas de toros terminen algún día?
—Yo soy una persona que trata de entender qué piensa la gente sobre las corridas. Veo prácticamente imposible que se acaben los toros. Porque, así como hay antitaurinos que se proclaman y se hacen escuchar, también hay cada vez más taurinos que defienden este trabajo.