Habitantes de este municipio señalan que, a pesar de las amenazas, los mexicanos tendrán asegurada una oportunidad de trabajar en EU

Por Guadalupe Juárez  

En Zapotitlán Salinas también hay temor.

Donald Trump pareciera asemejarse a la caída de las Torres Gemelas,aseguran los vecinos de este municipio de alta intensidad migratoria y elevados ingresos por remesas, después de la Mixteca.

Quizás impacten en las remesas o en el número de deportaciones, pero del miedo generado por el magnate con sus promesas de campaña y sus acciones anunciadas como presidente electo también surge una afirmación, casi un reto lanzado de quienes han migrado a ese país en busca de mejores oportunidades de empleo: “Necesitan de los mexicanos y de los latinos para el trabajo en el campo, los estadunidenses no lo van a hacer, la obra de mano de los migrantes les es indispensable”.

El mensaje reverbera entre las cuevas de ónix, la biosfera Tehuacán-Cuicatlán y la tierra árida que dejó a la artesanía como única fuente de empleo para los habitantes de este municipio. Aquí, donde al menos el 70% de la población cuenta con un familiar en la Unión Americana, según la investigación de Marcela Ibarra Mateos, expuesta en el Primer Coloquio Internacional Migración y Desarrollo: Transnacionalismo y Nuevas Perspectivas de Integración en 2003.

 

El declive del ónix y cómo en Zapotitlán preferían EU

“Era una fiebre, un día venían a trabajar al taller y al siguiente te encontrabas con la sorpresa de que ya se habían ido a Nueva York”, expone uno de los testimonios recabados en el Tercer Reporte Cuatrimestral en Migración Puebla, publicada por Iniciativa Ciudadana para la Promoción de la Cultura del Diálogo en 2013.

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De acuerdo con el documento, Zapotitlán Salinas se convirtió en un municipio expulsor de migrantes al registrar una escasez de ónix–principal materia prima– a mediados de los años 80 del siglo pasado.

Fue así como los empleados de los talleres decidieron migrar hacia Estados Unidos en busca de más oportunidades de trabajo, situación que más tarde obligó a los propios dueños a cerrar y cruzar la frontera también.

El ónix ya no generaba más empleo. Los pocos artesanos que se quedaron decidieron emprender en otros negocios. Algunos probando con una panadería, otros con papelerías y algunos más con restaurantes, esperando el regreso de sus familiares.

Después de un tiempo, este primer grupo regresó con automóviles y con dólares en el bolsillo; las migraciones aumentaron.

Según los datos de esta publicación, el 86% de los zapotitecos migrantes vivieron en Nueva York, con una estancia promedio entre uno y cinco años. Dos de cada 10 decidieron permanecer entre seis y 10 años, pues consideraron que tenían que regresar sólo hasta cumplir con los objetivos planteados desde su partida, como la construcción de su casa, la educación de sus hijos o la subsistencia de sus familias.

La mayoría de los pobladores eran hombres, con un promedio de edad que oscilaba entre 25 y 40 años; el 91.9% de ellos indocumentados.

Fue en el 2001, después de los atentados del 11 de septiembre, las deportaciones aumentaron pues se registraron 42 personas repatriadas a esta comunidad en el lapso de 2008-2010; de las cantidades más altas, reportan.

Una de las principales consecuencias fue el efecto sufrido en las remesas familiares. Los recursos eran utilizados principalmente en la construcción de viviendas.

En la actualidad, el presidente municipal de Zapotitlán, Isidro Espinosa Fuentes, aseguró ante medios de comunicación que se encuentran cinco mil personas en Estados Unidos. Nueva York y Los Ángeles todavía son los destinos preferidos.

De acuerdo con datos recientes del Coneval, en esta demarcación el 54.6%  de sus habitantes padecen vulnerabilidad a pobreza multidimensión y 18.1% pobreza extrema.

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“Estados Unidos nos necesita”

Santiago cruzó la frontera con Estados Unidos en seis ocasiones. En cada una, cuando llegaba a California o Nueva York, había trabajo.

Ahora, lejos del país del norte y de vuelta en su lugar de origen, relata para 24 Horas Puebla que no extraña nada de la Unión Americana, tiene su taller de ónix y espera ansioso que un grupo de compradores adquiera las figuras con diseños propios.

Desde su punto de vista la “mano de obra” mexicana y centroamericana es muy “demandada” en EU y duda de que Trump cumpla.

“En California, donde viví unos tres años, no verás a los gringos que viven en sus mansiones que tienen en las montañas bajar a hacer el trabajo del campo. Ahí ves a los latinos, a nosotros los poblanos”, asegura.

El artesano de 56 años, con una gorra con el mensaje “I love Jesús” como rastro de su estancia en otro país, afirma que no volvería a intentar cruzar, cada vez –afirma– se torna más complicado.

La primera ocasión que buscó migrar, después de los años 80, cuando se creía que el ónix que nutría sus fuentes de trabajo en la región se había acabado, recuerda que no pagó más de 100 dólares para que un pollero lo ayudara.

La siguiente ocasión esta cantidad se elevó –ya eran 750 dólares–, más una caminata interminable por el desierto que casi acaba con su vida.

Santiago Lucio Reyes Solano rememora aquella noche en el desierto y su caída por uno de los acantilados, hecho que incluso lo dejó ciego por unos días; “no lo volvería hacer otra vez”, repite.

“Cuando pasé la primera vez hasta avión tomé hacia Nueva York. Ya después sí pasé cruzando el desierto, pero nunca, nunca me atraparon; por eso volví y hoy hasta aspiro a pedir mi visa para que me dejen visitar a mis hijos, pero ya no me quedaron ganas, en serio”, señala.

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Sus familiares, entre ellos sus nietos –que son ciudadanos estadunidenses–, conversan con Santiago cada fin de semana. Después de la victoria de Trump, en las escuelas se registró por parte de las comunidades negra y blanca un comportamiento agresivo contra los latinos.

“Dice mi hijo que sí se notó ese odio, pero es cosa de acostumbrarse. Yo digo que no los pueden sacar de un día para otro. Eso sí, algunos de acá han intentado pasar y ahora sí no lo logran. Ya no es tan fácil…”.

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Pero hay quienes a pesar de los obstáculos y de que la región ya se encuentra de nuevo activa –pues, según sus autoridades, ha aumentado el turismo y los talleres de ónix que antes habían cerrado porque la gente prefirió irse a Estados Unidos– prefieren pagar dos mil dólares en busca del llamado sueño americano.

“Hace 20 años se escuchaba de 30 o 40 personas al mes que querían cruzar; ahora esas son dos o una que te enteras que se fueron, pero de ésas ninguna logra pasar. Tal vez una de todos los que lo intentaron”, se lamenta Rutilio Méndez, quien asegura ser uno de los primeros zapotitecos que decidió buscar otra forma de vida en EU.

Tenía 26 años cuando vio como sus vecinos agarraron sus cosas y se fueron. Un año después regresaron con dinero, arreglaron su casa y se volvieron a ir. En ese momento él, junto a varios primos y conocidos también emprendieron el viaje.

Después de ocho años de estancia en el vecino país del norte y de las divisas que envió a su familia ocasionalmente, Rutilio señala: “Uno como mexicano va con el plan de trabajar y regresarse, pocos son los que dicen que se quieren quedar. Al menos yo no, prefiero mi país, pero de algo estoy seguro: Ese Trump no va a cumplir sus amenazas, ellos nos necesitan porque sabemos trabajar y conocemos cómo hacer el trabajo”.

Aunque existe miedo por parte de sus familiares que habitan en el país vecino, ambos artesanos, dueños de talleres pertenecientes a las decenas que se encuentran a los pies de las montañas de ónix en San Antonio Texcala, junta auxiliar de Zapotitlán,  afirman que no podrán deportar a todos los mexicanos y zapotitecos. “Es imposible que regresen a todos. Nos necesitan, ellos no van a poder con el campo”.

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