En este pueblo de origen Popoloca hay dos opciones: migrar o laborar en el centro de artesanías; este lugar es el que mantiene vivo al pueblo con la venta de productos a turistas
Por Guadalupe Juárez
Hace poco más de mil años figurillas bañadas en oro de los tres Reyes Magos fueron llevadas a un poblado enclavado en la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, pero cuando se los intentaron llevar a Europa, “ellos no se quisieron ir y ahora permanecen escondidos aquí”.
Ésa es la leyenda de por qué este lugar, ubicado a una hora de la cabecera de Zapotitlán Salinas y a dos horas y media de la capital del estado, fue llamado Los Reyes Metzontla.
La magia pareciera mantenerse en las manos de mujeres artesanas. La alfarería se ha convertido en la principal fuente de trabajo e incluso la razón de reconocimiento en diversos concursos nacionales por sus técnicas en la elaboración de piezas de barro bruñido.
En este poblado de origen popoloca hay dos opciones para sus habitantes: migrar a la ciudad o esperar en el Centro de Artesanías de esta junta auxiliar a que una de sus piezas sea comprada.
Magia de reyes… y de reinas
Josefina y Abelina, dos mujeres que superan los 50 años, sonríen a todo aquel que llega a su tienda ubicada a la entrada del Centro de Artesanías, el cual fue construido a unos metros del acceso de la comunidad después de reunir un millón de pesos de premios e incentivos gubernamentales.
La mayoría de las personas ajenas al poblado pregunta por los artesanos de los Reyes “Menzontla”, un par de turistas eligen desde saleros y comales, hasta piezas para adornar una sala. Las personas que se encuentran atendiendo, no dejan de hacer cuentas, de envolver las compras del par de extranjeros.
Las instalaciones, que a su vez albergan un taller de alfarería y la tienda de artesanías, están repletas de los reconocimientos obtenidos por su trabajo colgados de las paredes, así como de algunas de las piezas con las que concursaron en 2001 por el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en su mayoría jarrones.
La idea del centro es concentrar todas las piezas de alfarería de la comunidad que cada quien realiza en sus casas o en el taller y después comercializarlas en este lugar.
Por grupos, los alfareros atienden el centro y administran el espacio por una semana, en el cual pueden aprovechar el horno o el espacio para elaborar sus piezas. Al término de estos siete días, tienen que concentrar el dinero y repartirlo a los creadores de las artesanías.
Cada una cuenta con una etiqueta numerada, para indicar a quién le pertenece y a quién deben entregarle el dinero, explican Josefina y Abelina. Ello permite exhibir sus productos sin diferencias o jerarquías y compartir el espacio sin problemas.
Vasijas, jarras, cántaros, cazuelas, tazas, vasos, platos, saleros, servilleteros, jarrones, cucharas, y hasta joyería componen el catálogo de una técnica que preservan desde la época prehispánica.
El método consiste en buscar el barro entre los cerros de la región, tarea a cargo de los varones, para que lo puedan mezclar con harina y agua. Después lo combinarán con una piedra que extraen de la zona, la cual pulverizan y convierten en una especie de talco, que mezclan con la tierra hasta crear en una masa con la que forman las distintas figuras.
El segundo paso −el más difícil, consideran− es pulir las piezas con un cuarzo que compran. Pueden pasar horas o días, hasta que sacan el brillo del utensilio.
“Creo que esto es lo más tardado, porque como no le echamos barniz u otro producto, debe quedar brillante”, señala Abelina, quien muestra la técnica de pulido con un tazón que recién acaba de crear.
Después de pulirlos ya pueden ser horneados y, con esto, ya quedan listos para ser comercializados en el Centro de Artesanías.
Los diseños dependen de cada artesano, pero cuando hay pedidos por mayoreo, el creador del diseño elegido decide quiénes lo ayudan para cumplir con la entrega de la mercancía solicitada. Para este tipo de encargos solicitan un mes de anticipación.
En una esquina de la tienda se encuentra un estante con pulseras, aretes y gargantillas echas del mismo material: barro bruñido.
Las artesanas aseguran que no sólo los utensilios de cocina son los más buscados, las mujeres jóvenes que las visitan también se llevan la joyería creada con esta técnica. Los precios por estos productos oscilan entre los 40 y 200 pesos.
Con artesanías, las familias sobreviven
Josefina Silva Lucas recorre el lugar con la mirada, no puede evitar un suspiro ante la presencia de dos extrañas, a quienes les dedica una sonrisa de oreja a oreja.
“¿Se siente orgullosa del lugar?”, se le pregunta.
“Sí, porque de estas manos le di de comer a mis siete hijos, y hasta donde pude también les di escuela. Ahora yo me mantengo de aquí, de lo que sale cada semanita ya nada más es para mí”, dice, mientras nos muestra las piezas de sus compañeros.
Su mente viaja años atrás, cuando al no vender alfarería en las ferias de pueblos o en la misma comunidad hacía decenas de comales y se iba a Tehuacán a ofrecerlos.
“Vieran cómo los vendía rapidito, ahí me veían volver con mis útiles para los chamacos y mi mandado. Con estas manos, con esta técnica que me enseñaron desde que era una niña, mis hijos no son tan ignorantes, les di hasta donde pude, al menos para que se defiendan”, relata orgullosa.
Al igual que Josefina, los demás artesanos −al menos 120 que conforman esta asociación para atender el centro de artesanías− hacen lo mismo: si no juntan lo suficiente en la semana, elaboran piezas más sencillas como comales y acuden a los poblados cercanos para venderlos.
“Si no fuera por este oficio que nos enseñaron nuestros antepasados, nosotros no comeríamos. Aquí no hay campo, no hay trabajo. Así, las mujeres mantenemos a nuestras familias, mientras nuestros maridos van a otros pueblos a emplearse de albañiles o algunos otros nos ayudan a elaborar el barro, pero son estas artesanías las que nos dan de comer”, expresa Abelina Pacheco Cortés, de 50 años.
Pero no sólo se trata de una fuente de trabajo, en la elaboración de estas piezas también hay orgullo y pasión.
“Yo no podría ser otra cosa, me gusta ser artesana. Amo lo que hago, si no no estaría acá”, dice convencida.
Josefina Montes, de 26 años, comparte que cuando era pequeña sus papás le pidieron que los ayudara con el trabajo. Aunque su primera pieza fue sencilla, un día decidió ir aumentando los detalles y dedicarles más tiempo, fue ahí cuando nació el amor por la alfarería. Ya no quiere dedicarse a nada más, asegura.
El gusto por este oficio es transmitido a los más pequeños. Niños juegan por todo el lugar con barro en sus manos. A quienes no lo desean así, suelen buscar trabajo en las ciudades, ya que consideran que este trabajo es de paciencia, y así como hay días −sobre todo las épocas vacacionales− que venden más, hay temporadas en las que no y tienen que esperar.
Cada una de estas razones las llevan a pensar en algo: es difícil que el oficio desaparezca. Los talleres desde el 2011 que entró en funcionamiento el centro han crecido en su producción, pues cada día hay más compradores de todas partes del mundo que buscan magia… la magia de los Reyes Metzontla.