Por: Pascal Beltrán
Dice el lugar común que toda crisis representa peligro, pero también oportunidades.
El ascenso al poder de Donald Trump es una ocasión para probar que el lugar común tiene razón.
Hasta ahora la reacción mayoritaria en México ante el triunfo de Trump ha pasado del estupor al desgarramiento de vestiduras.
Hasta ahora, lamentablemente, pocas voces sensatas se han escuchado –en el gobierno, la comentocracia o la academia– para asumir que lo que está sucediendo del otro lado de la frontera nos obliga a revisar lo que hemos hecho mal.
El triunfo de Trump puede traer algo bueno si este país entiende los errores que ha cometido. Y la primera que debe asumirlos y aceptar cambiar de rumbo es la clase política, porque ella –que se ha modificado muy poco en cuanto a sus integrantes y su forma de actuar en el último cuarto de siglo– es la principal responsable de la debilidad que experimenta México en esta coyuntura.
Para comenzar, el país sólo ha tenido dos apuestas en lo económico durante ese cuarto de siglo: explotar hasta la sequía su riqueza en hidrocarburos y desarrollar un modelo manufacturero de exportación para el mercado estadunidense.
Los dos objetivos se expresaron también geográficamente. Una región petrolera (Tamaulipas, Veracruz, Tabasco y Campeche, primordialmente) y otra manufacturera (la frontera norte, el Bajío y el occidente del país).
La primera fue beneficiada por la derrama fiscal y los contratos que significaba la industria de los hidrocarburos. Pero eso funcionó mientras hubo precios altos del petróleo. En cuanto terminó esa jauja, las economías de la zona se vinieron abajo.
La segunda ha tenido una expansión económica sin igual en el país, impulsada por la atracción de inversiones. Profesionistas calificados se mudaron a lugares como Querétaro y Guanajuato para aprovechar las oportunidades, lo que también ha beneficiado a la región.
Ahora es esta última la que podría sufrir si Donald Trump cumple sus amenazas de poner obstáculos a las empresas que se instalan en México para aprovechar las condiciones laborales y reducir las ventajas que ha significado para nuestro país la pertenencia al TLCAN.
Eso ya lo advirtió el Fondo Monetario Internacional: el proteccionismo comercial y el anuncio de Trump de levantar restricciones a la producción de energía en Estados Unidos podría poner en aprietos a la economía mexicana.
Y si bien reconoció las fortalezas macroeconómicas del país, la jefa de la Misión para México del FMI, Dora M. Iakova, aseveró esta semana que “advertimos sobre riesgos significativos (…) en el incremento de políticas proteccionistas en el entorno global, pero también a México le afecta la volatilidad de los mercados financieros por los reacomodos que sufren los flujos de capitales entre los mercados emergentes y, como un riesgo menos probable, pero que no se debe descartar, está una nueva caída en los precios del petróleo”.
Por si fuera poco, la intención de Trump de deportar a un mayor número de migrantes e incluso gravar las remesas podría afectar a las comunidades que se benefician de los frutos del trabajo de millones de mexicanos en Estados Unidos.
Podemos concluir que todo aquello que representa la llegada de Trump al poder es una desgracia –y hasta que muchas de las cosas anunciadas son injustas–, pero de poco sirve opinar y no hacer nada al respecto.
La culpa principal de lo que nos sucede la tenemos nosotros. Y, repito, la clase política del país en primerísimo lugar, por su falta de visión sobre el entorno global, por creer que la bonanza petrolera sería eterna y apostar por un modelo manufacturero que exporta primordialmente a un solo país.
Pero también por haber permitido la perversión del sistema federalista, que convirtió a los gobernadores en señores feudales que gastaban, sin control, recursos que sus estados no producían ni recaudaban, apoderándose de ellos para amasar fortunas personales. Y que cuando ese dinero les parecía insuficiente, pedían prestado, dejando enormes deudas y desgracias a sus gobernados.
¿Quién va a negociar con Trump?, preguntan muchos frenéticamente cuando lo que deberíamos estar cuestionando es cuándo vamos a cambiar todo lo que hemos hecho mal.
Un modelo basado en petróleo, remesas y una industria manufacturera para un solo cliente tenía que meterse en problemas tarde o temprano.
Ahora podemos llorar e insultar a Trump o bien, fajarnos los pantalones y hacer lo que teníamos que haber hecho hace mucho tiempo.