Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río 

La Habana.- Aún le queda más de un mes, pero ya puede decirse que 2016 ha traído tantos acontecimientos inesperados que podrá situarse en la historia como un año de cambios fundamentales.

Saber si será bueno o malo lo que vendrá no es algo que podamos responder ahora. Pero lo cierto es que el mundo que hemos conocido después de la caída del Muro de Berlín se está desmoronando ante nuestros ojos.

Probablemente el lapso de 27 años que ha transcurrido desde aquel acontecimiento memorable, que reunificó a Alemania y desahució al llamado socialismo real, pase a ser recordado como una era de transición entre la Guerra Fría y algo que vendrá, que, insisto, no sabemos cómo vaya a ser.

El golpe mortal que recibió la Unión Europea con la decisión del electorado británico de abandonar el bloque, así como la elección de Donald Trump, que rompió por la mitad la hegemonía del sistema bipartidista estadunidense y, ahora, el fallecimiento de Fidel Castro son señales de que el mundo comenzará a perder una fisonomía con la que nos habríamos familiarizado.

La radio y la televisión cubana se han esmerado en estos días en hablar de la vitalidad del sistema económico y político que diseñó la Revolución de 1959, pero la desaparición física de quien había sido la encarnación de ese modelo no augura la permanencia de dichas ideas por largo tiempo.

Incluso cuando aún presidía el gobierno cubano, Fidel Castro tuvo que aceptar que la Revolución había cometido errores y, a principios de los años 90, emprendió un proceso para rectificarlos.

Ahora que ha muerto Fidel, su hermano Raúl –presidente desde hace ocho años– podría acelerar las transformaciones que él mismo puso en marcha, aparentemente sin mucho entusiasmo de parte de su predecesor.

Esta semana los cubanos saldrán a la calle a rendir un homenaje a Fidel, una presencia infaltable en su vida cotidiana durante los últimos 60 años.

No hay muchos precedentes para comparar, en asistencia, el acto de apoyo a la causa que tendrá lugar hoy y mañana. Porque así ha sido organizado y presentado: no como una despedida al padre de la Revolución sino como un compromiso para mantener vivos sus postulados.

Durante más de medio siglo, ningún acto público de grandes dimensiones se ha llevado a cabo sin que esté presente Fidel Castro.

Lunes y martes volverá a estarlo, mediante sus restos mortales, que a partir del miércoles serán conducidos al lugar de su origen, en el oriente de la isla, siguiendo la misma ruta, pero en sentido opuesto, que condujo a su guerrilla al poder a finales de los años cincuenta.

Hay muy pocos antecedentes en Cuba de lo que veremos esta semana. Quizá, los actos de homenaje al Che Guevara y sus compañeros –cuyos restos fueron sacados de Bolivia en 1997 y traídos a Cuba– y el entierro del líder prerrevolucionario Eduardo Chibás –el mentor político de Fidel–, quien se suicidó en 1951.

“Descansa, Chibás, tu pueblo no te olvida”, dice la lápida desgastada del abogado y ardiente orador –y santiaguero educado por jesuitas, igual que Fidel–, en la bellísima Necrópolis Cristóbal Colón del barrio de El Vedado.

Ese es el reto que tendrá el socialismo a la cubana a partir de la muerte de Castro: resistir el olvido que crea el paso del tiempo incluso para las figuras más carismáticas.

Será un reto para los partidos de izquierda en todo el mundo –incluyendo México–, que ven en el modelo estatista el camino más claro hacia la justicia social, aunque los hechos no le hayan dado la razón.

La desaparición física de Fidel, que coincide con el resquebrajamiento del bloque de países del Alba, obliga a la izquierda de la región a renovar su arsenal de ideas. Tal vez sea más fácil hacerlo ahora, sin estar sometida a la mirada severa del comandante.

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