Figuraciones mías

Por Neftalí Coria

Después de una conferencia que ofrecí a jóvenes estudiantes, al final se me acercó uno de ellos y a bocajarro, me hizo la pregunta sobre cuál era mi autor favorito. Me quedé en silencio y valoré lo que mi respuesta significaba para aquel joven. Sé muy bien que es una pregunta complicada, porque un solo autor favorito no se puede tener, después de haber leído una buena cantidad de ellos de distintas culturas, lenguas, etc. Y no me iba a detener a darle una explicación sobre esa pregunta que es común, ambigua y estrecha. Decidí responderle lo que llegó a mi mente en ese momento y alguna razón debió tener mi respuesta. Después de repasar nombres y tomar una decisión, le respondí que mi autor favorito era Miguel de Cervantes Saavedra. La sensación que tuve, fue la de haber sido injusto con otros autores que pude haber mencionado como favoritos, pero el joven me estaba preguntando sólo por uno.

No es una pregunta que deba hacerse, pensé, porque en verdad uno no puede limitarse a un solo autor. Una pregunta en la que la exclusión no permite la multiplicidad y el aprecio de las diversidades.

Había respondido que Cervantes es mi favorito y es cierto, totalmente cierto porque desde que leí El Quijote bajo la necedad de la insistencia y hasta entenderlo en los varios años de lectura que he hecho de esta novela que amo profundamente, se convirtió en una de mis mayores banderas en mi vida. Después de la respuesta de la que no estuve conforme, el joven me miró inquisidor y arremetió con la segunda pregunta: “¿Por qué?” Otra dificultad, otro reto para  dar una respuesta responsable y procurando que no fuera un eufemismo. Una pregunta para mí mismo que se me echaba encima como una bola de nieve que tenía que enfrentar. ¿Por qué Cervantes era mi autor favorito? Claro que su obra me gusta, pero sobre todo –lo he dicho muchas veces–, es El Quijote la obra que me ha cautivado y la obra misma se ha convertido para mí, en una pieza literaria a la que he dedicado pacientes observaciones que he disfrutado como pocas cosas en mi vida de lector. Mi respuesta no podía ser una que a aquel joven –que parecía interesado en saber– no le dijera nada lejos de los lugares comunes que con toda seguridad, eran parte de su mundo. Tampoco debía contestarle con la irresponsabilidad que muchas personas pudieran haberle respondido porque la literatura no es algo que les importe. Siempre he sido absolutamente respetuoso con mi oficio y he sido místicamente respetuoso, cuando hablo de lectura de obras literarias y de la escritura creativa.

–Porque escribió El Quijote –fue la primera parte de la respuesta.

Es claro que lo que respondí, no era algo fuera de lo común; todo lo contrario, era el más plácido lugar común y en mucho se parecía a esas respuestas autocomplacientes que dan los que no quieren meterse en honduras, ni saben explicarse las cosas. No era una respuesta en la que aquel joven pudiera encontrar algo más que la materia de los más insulsos lugares comunes. Y lo que me parece peor, es que yo tampoco estaba seguro que por esa razón Cervantes era “mi autor favorito”. Estoy de acuerdo en que esa sería una de las varias razones, pero por nada, era la más poderosa, ni la más convincente y seguía siendo algo poco significativo, tanto para él como para mí. Era injusto dejar que aquel acercamiento del joven hacia mí –que me parecía genuino–, terminara con aquello que seguía dejándome realmente inconforme en muchos sentidos, así que me preparé para explicar por qué Cervantes era mi autor favorito. Vi en el gesto de aquel muchacho que no estaba satisfecho (o así creí ver) con mi respuesta y me detuve a pensar en una razón por la que el autor español de verdad, fuera el elegido entre todos para llamarlo “mi autor favorito” entre los muchos que conozco.

–Cervantes es mi autor favorito porque escribió El Quijote –le dije–, y El Quijote, es una novela en la que me gustaría quedarme a vivir.

El muchacho abrió los ojos.

–¿A vivir? –me dijo sorprendido.

–Sí, a vivir.

–¿Cómo es eso? –me miró como debe mirarse a alguien que ha enloquecido.

–Muy sencillo: me gustaría vivir en esa historia –le dije–, pero no ser un personaje de los que inventó Cervantes, sino vivir yo allí todos los días, mirando la vida que la historia cobra cuando un lector le da vida con sus ojos. Y yo estar allí, tal vez invisible y caminar con los personajes, viajar en sus andanzas y de sus aventuras ser testigo, como si también yo fuera parte de esa vida que en la novela sucede. Vivir en la novela como una invención más del poderoso personaje que ve con esperanza que el mundo tiene compostura, que la vida puede ser hermosa y justa y que los sueños son la mayor alternativa que tenemos para salvar el mundo de los muchos entuertos que nos acometen. Quiero vivir en esa novela, porque de esa historia aprendí que la verdad es un lugar posible y vive en ciertos parajes del pensamiento de un hombre que tiene esperanzas, que del otro lado de sus aventuras, esté la salvación de todos los hombres. Y porque he visto que para el protagonista, el amor, la fe, la honradez, la buena voluntad existen…

Me quedé callado. El joven se despidió de mí con algo más que una sonrisa y yo me quedé convencido que sí, que realmente me gustaría vivir en la novela de Cervantes, porque ¿qué puede hacer uno, cuando una novela nos gusta tanto? Vivir en ella. º

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