La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Además de ser una de las ferias del libro más importantes del mundo (ahora muy venida a menos), la FIL es un club social en donde los amigos se juntan cada año. Los amigos y los enemigos. O los amigos y los que se dicen amigos.
Desde temprano, el restaurante y el lobby del Hotel Hilton se llenan de personajes que, con una sonrisa desvelada y francamente encantadora, se saludan entre sí.
Los abrazos cálidos y los abrazos hipócritas aderezan breves charlas de pasillo, en las que uno elogia el libro del otro y viceversa… aunque ni lo hayan leído.
¿Cuántas toneladas de egos revueltos caben estos días en Guadalajara?
Más de las que caben en el propio centro de exposiciones, donde el ir y venir de miles de chamaquitos despistados y ruidosos nivela las cosas.
Gracias a esos niños, a esos escolares que van obligados a ver libros que jamás leerán, los “súper yo” de novelistas y cuentistas, de ensayistas y académicos, se difuminan en los pasillos.
Es curioso cómo acá, en la FIL, los jóvenes escritores mexicanos viven sus quince minutos de fama warholiana. Aquí, por ejemplo, aparecen las fans y las aspirantes a grupis: piden selfies y una firma… cosa que jamás sucede, por ejemplo, en las calles de la capital, donde vive la mayoría.
Ahí, en los restaurantes de Polanco o en las plazas públicas, los escritores pasan de noche. Son sombras que salen del metro y van buscando entre la multitud alguna mirada curiosa que los reconozca.
Ellos juran que no. Que lo que menos quieren es el alboroto de las rockstars, pero en el fondo desean con todo su corazón que en plena calle una turba los detenga para hacerse la foto. Caminan (porque los he visto) mirando a la gente de una forma especial, como diciendo: “Sí, soy yo, el que escribió la historia negra de Díaz Ordaz”.
Y llegan a sus destinos, a sus casas en Coyoacán o la Narvarte, sin haber sido asediados por nadie. Por eso los escritores adoran la FIL y esperan con ansias que lleguen estas fechas, pues acá serán apapachados por la gente. Serán abrazados por sus cuates y abrasados por las llamas del celo.
Vienen a presentar sus libros, o a presentar los libros de otros, aunque lo que verdaderamente importa es hacer Lobbying en los taburetes del bar y asistir a las fiestas nocturnas. Vienen a bailar al Veracruz, que es el puerto seguro para el ligue furtivo.
Los libros se hacen en casa. Acá se viene a chupar y a sentirse Truman Capote por unos cuantos días.
El Hilton, ese hotel viejo y más bien feo, es “El lugar”: su parnaso efímero.