Bitácora

Por Pascal Beltrán del Río

 

En su maravilloso libro sobre la historia de la humanidad —Sapiens o De animales a dioses, como se tradujo el título en español—, el historiador Yuval Noah Harari escribía hace apenas dos años:

“Conforme avanza el siglo XXI, el nacionalismo está perdiendo terreno. Más y más gente cree que la humanidad completa es la fuente legítima de autoridad política más que los miembros de una nación en particular, y que salvaguardar los derechos humanos y proteger los intereses de la especie humana completa debe ser el faro de la política”.

Y agregaba: “Para 2014, el mundo sigue políticamente fragmentado, pero los Estados están perdiendo su independencia de forma veloz”.

Hace dos años, yo no habría tenido objeción en suscribir dicha visión utopista. Sin embargo, los acontecimientos de los últimos meses han lanzado al mundo en una dirección completamente distinta, a la que incluso las mentes más lúcidas de nuestros tiempos batallan por entender.

Y eso es quizá porque la mayor parte de los analistas trata de dilucidar acontecimientos como el Brexit o la elección de Donald Trumpmediante herramientas intelectuales concebidas por el humanismo, la ilustración y el racionalismo que, a lo mejor, ya no tienen cabida en estos tiempos.

Personalmente guardo la esperanza de que la humanidad sigue siendo un conjunto de individuos que procuran el desarrollo de sus condiciones y cualidades personales pero que, simultáneamente, saben que si el cuerpo social no está bien o, por lo menos, no va en una ruta de progreso colectivo, el individuo y su familia no estarán bien.

Sin embargo, veo cada vez más señales que me hacen dudar de que eso sea así.

Los sueños de un mundo sin conflictos, que tendría que alcanzarse por la vía del igualitarismo, parecen estar desmoronándose.

La pregunta es difícil de responder: ¿Vivimos algo pasajero, propiciado por la coyuntura económica, o verdaderamente se están apagando las luces de razón que, desde mediados del siglo XVII, han buscado disipar las tinieblas de la humanidad?

Puede decirse que desde la Paz de Westfalia (1648), que puso fin a la última gran guerra religiosa en Europa e inició un nuevo orden político en el centro de ese continente, la humanidad ha buscado el progreso basado en el bienestar colectivo.

Por supuesto, ha habido diversas formas de alcanzar ese objetivo, como el marxismo y el liberalismo, y también ha habido grandes baches en el camino, como la Segunda Guerra Mundial. Pero esa utopía siempre ha estado en el horizonte.

Puede decirse que antes de Westfalia, la fuerza dominante era la barbarie. El 23 de agosto de 1572, día de San Bartolomé, se desató una matanza en París que pronto se extendería por toda Francia. En menos de 24 horas, hordas de católicos masacraron a miles de protestantes hugonotes.

El papa Gregorio XIII celebró el hecho con un Te Deum, comisionó una medalla con su imagen y la frase ugorotorum strages (masacre de los hugonotes) y ordenó que la Sala Regia, donde se encontraba el trono papal, fuese adornada con frescos del pintor Giorgio Vasari que ilustran los acontecimientos.

Sería arriesgado decir que nos encaminamos de vuelta a aquel mundo. No obstante, el hecho de que el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, haya hecho campaña prometiendo matar a diez mil delincuentes y lanzarlos a la bahía de Manila para que se los comieran los peces, algo debe decirnos.

¿Será que los seres humanos nunca dejarán de tener los impulsos primitivos, salvajes y malvados, de los que hablaba Freud, y que estamos viendo cómo éstos comienzan a despertar luego de haber sido aplacados por casi cuatro siglos?

Porque una cosa es que la furia y el resentimiento sean factores decisivos en la elección presidencial de un país “en vías de desarrollo” y otra es que eso mismo ocurra en la principal potencia económica y militar de la tierra: Estados Unidos.

No podemos dudar que la elección de Donald Trump como Presidente de ese país es un hecho que está sacudiendo al mundo y tiene el potencial de provocar cambios fundamentales.

El cierre de año nos obliga a reflexionar sobre lo que ha pasado en estos últimos meses, aunque, si hemos de ser honestos, encontrar una explicación y predecir los desenlaces de esta era de irracionalidad política es una tarea harto difícil.

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